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Jorge Molina: autor de películas imperdibles y subversivas
Los personajes creados por Jorge Molina, en 30 años haciendo cine, parecen aguardar por el vértigo que provocan el erotismo, las pulsiones sexuales o los deseos regularmente inconfesos, porque aunque se habla mucho del Molina que gira en torno a temas como la sexualidad y la sensualidad, el autor también se interesa en abordar las partes oscuras de la naturaleza humana, el horror que nos habita y del que apenas somos conscientes.
Cuando escribía en el primer párrafo que Molina lleva 30 años haciendo cine, apenas podía creerlo, porque su obra se asocia siempre con lo provocativo, lo rebelde y juvenil, pero su filmografía se inicia a principios de los años 90. Primero, estudió realización en el Instituto Estatal de Cine de Moscú, y después regresó a Cuba, donde se graduó como director en la Escuela Internacional de Cine y TV, de San Antonio de los Baños, luego de realizar Toca de nuevo, Sam (1991) y el cortometraje de ficción Molina's Culpa, que sentó las bases de lo que sería su filmografía.
Independientemente de que trabajara en la docencia en la EICTV, o en FAMCA, Molina nunca dejó de hacer películas, sobre todo cortometrajes, casi siempre al margen del cine cubano oficial y con una fuerte inclinación a la manipulación de los códigos inherentes al cine de horror, erótico y fantástico. Cinéfilo empedernido, asimiló mil influencias dispares, desde el cine clásico, a lo Billy Wilder, hasta modernos como David Lynch, entre muchos otros maestros no necesariamente incluidos en las nóminas de la moda o los premios.
Sus filmes se distribuyeron a través del mercado subterráneo o fueron objeto de muestras ocasionales de festivales nacionales e internacionales. A los cortometrajes Fría Jennie (2000), Molina's Test (2001) y Molina's Solarix (2006) siguió el mediometraje Molina's Mofo (2008), y luego Molina's El hombre que hablaba con Marte (2009) y Molina's Fantasy (2009). En la mayor parte de estos filmes se escogían pocas locaciones para abaratar los costos, y hay escenas donde abunda lo escatológico, el expresionismo grotesco y ambientes oníricos, sombríos.
Sus cortos se sucedieron hasta llegar al largometraje Molina's Ferozz (2010), que significó una inflexión en su filmografía en tanto accedió a mayores circuitos de exhibición y visibilidad, de modo que la película fue reconocida en una decena de festivales internacionales especializados en cine fantástico o de horror.
Este filme pudiera figurar, con honores, en dos tipos de antologías: la del mejor cine cubano de la década 2010-2020, junto con Conducta, de Ernesto Daranas, y La obra del siglo, de Carlos Quintela, o entre las más significativas obras cubanas con un fondo de erotismo, en ese mismo periodo, como Verde Verde, Melaza y Venecia (cuya principal escena erótica también corre a cargo del Molina actor).
Transformado así en una suerte de gurú del cine erótico independiente en Cuba, Molina se dedica a subvertir el cuento de Caperucita roja, interpretada esta por la actriz Dayana Legrá.
Su filmografía continúa indetenible con mediometrajes de lo que el cineasta denomina su Etapa Rosa, compuesta también por Molina's Borealis (2013), Sarima a.k.a. Molina's Borealis II (2014) y Molina's Rebecca (2016), ficciones que integran el melodrama a sus habituales exploraciones intergenéricas, hasta ahora más vinculadas al horror, la ciencia ficción y el erotismo remarcado hasta los límites de lo que algunos habrían denominado softporn. Porque el director se encarga de poner en pantalla la famosa sensualidad cubana, casi siempre ausente del cine nacional.
Paralelamente a su trabajo como cineasta, Molina ha realizado decenas de actuaciones en cortometrajes de la EICTV y FAMCA, donde ha sido profesor de diversas materias. Entre estos cortos en los cuales se desempeñó como actor vale destacar la memorable estampa sobre “el barroco latinoamericano” en Utopía (Arturo Infante, 2004), el coprotagónico en Juan de los Muertos (Alejandro Brugués, 2011) y sus personajes secundarios en filmes de Fernando Pérez (Madagascar, La vida es silbar, Madrigal) y Daniel Díaz Torres (Lisanka), entre muchas otras.
Siempre polémico y visceral, al borde del surrealismo y el grotesco, el cine de Jorge Molina ha sido reivindicado por algunos críticos, como Rubens Riol, quien abordó tres de sus primeros cortos, Culpa, Test y Solarix, en el ensayo monográfico titulado “La crueldad del demiurgo: tientos del morbo desbordado”, y luego el crítico devino uno de sus más apasionados promotores. En un festival de Gibara se proyectó buena parte de su obra, en tanto se le reservaba la última tanda de cada noche para la exhibición de la muestra retrospectiva “Molina's Night”.
A pesar de que ha crecido el reconocimiento de Jorge Molina en tanto autor auténtico, capaz de mostrar cinematográficamente un grupo de obsesiones reconocibles, realizador independiente en el más profundo sentido de este término, distanciado de las moralinas y los prejuicios, la cultura cinematográfica cubana está en deuda con él. Su filmografía aguarda por los investigadores, por el justo redescubrimiento.
(Foto tomada del sitio web del Festival de Cine de La Habana)