NOTICIA
Juan Padrón en la memoria
La noticia de la muerte del historietista y cineasta cubano Juan Padrón nos llegó en medio de la preocupación general por el coronavirus Covid-19 que azota a la humanidad. Su deceso a los setenta y tres años de edad, sin embargo, no tuvo nada que ver con la citada pandemia. Ya lo sabíamos enfermo desde fines del pasado año. La última vez que nos vimos fue en la exposición Eden Habana, del amigo Reynerio Tamayo, inaugurada el 14 de noviembre de 2019, en el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam de La Habana Vieja. Allí, junto a Tamayo, nos hicieron una foto. Nunca pensé que sería la última. Ante la posibilidad de la muerte a destiempo de un amigo, sobre todo, cuando es un creador de talla mayor como Padrón, siempre desatendemos la realidad de la vida. En la exposición bromeamos. “¿Cómo estás Juan Elpidio Padrón Valdés?”, le dije, tal y como lo había bautizado en el artículo que sobre su obra publicara en la revista Artecubano (n. 2, 2018), bajo el título “Elpidio Valdés: una historieta de la Historia”.
Cuando publiqué dicho artículo, llevado por el interés de su última exposición retrospectiva titulada Tan fiero como lo pintan, inaugurada el 11 de agosto de 2018 en la Galería Servando Cabrera Moreno, Padrón me hizo expreso su agradecimiento por teléfono. En sus palabras se traslucía un sentir, que interpreté como la necesidad de defender ―una vez más― una manifestación como la historieta gráfica, todavía insuficientemente valorada por las condicionantes creadas por el mercado del arte, en razón del ya anacrónico concepto surgido a raíz de la invención de la imprenta (1450-55), que consideraba de “arte menor” todo original de una obra factible de generalizarse a partir de su reproducción por una tecnología de impresión y, en oposición, de “arte mayor” toda obra única, irrepetible, hecha a mano.
El impacto de la imprenta, por entonces, solo es comparable con el de la tecnología digital en nuestro tiempo. Un ejemplo representativo de esta realidad nos lo ofrece el gran pintor Rafael, quien siempre se negó a tener libros impresos en su biblioteca personal. Para este artista el libro verdadero era el manuscrito ―una o dos copias a lo sumo―, lo que pone de manifiesto, a pesar de su juventud y genialidad como pintor, una resistencia a aceptar los nuevos cambios tecnológicos que, en términos de comunicación visual, empezaban a caracterizar al proceso editorial representativo del libro y el periódico, tal y como lo entendemos hoy día.
De hecho, Elpidio Valdés, la creación mayor de Padrón, tanto en su versión de historieta gráfica como fílmica, sin desatender sus gustados “vampiros”, expresa un ideal de creación de acendrado carácter popular-nacional, en el que humor e historia se fusionan en un realismo de alto valor estético-comunicativo. Y algo aún más notable, me atrevo a decir que excepcional, tan atendible por un público infantil como adulto. Elpidio Valdés es ya parte de la mejor historia de la historieta cubana y latinoamericana, como de la épica libertaria que da asunto a esta saga moderna. En esta perspectiva, nada me impide en este momento airear mi imaginación con la siguiente pregunta: ¡¿Qué maravillas habría escrito José Martí de Elpidio Valdés y su tropa, en el supuesto de que Padrón, de cuello y lazo a lo Baudelaire, hubiera sido su contemporáneo?!
Pero, nada… Tenemos la suprema dicha de que vivió y creo entre nosotros. Además, fue un “patriota sin igual”, como dice Silvio Rodríguez en su Balada a Elpidio Valdés. Si bien Padrón y yo pertenecemos a la generación de Superman ―aunque en vano mi abuela siempre me insistiera en comerme toda la carne, para parecerme a él―, mi hijo y los hijos todos de este país nacidos entre los setenta y ochenta, pertenecen a la de Elpidio Valdés. Llenar el espacio dejado por el todopoderoso personaje con un muchachón de carne y hueso, por más señas, bien reyoyo y montaraz, fue una verdadera proeza, sobre todo, en un país como el nuestro, con una presencia de la historieta estadounidense que iba ya para más de medio siglo, y a la que no fue ajena la formación de Padrón. Este hecho, por inédito, le dio al género una dimensión única en nuestra cultura visual y audiovisual, si atendemos a que la saga nace y se desarrolla en un momento en que los niños cubanos tenían en la pantalla de sus televisores historietas en su mayoría provenientes del campo socialista europeo, que, al margen de la calidad de algunas de ellas, eran ajenas a nuestra idiosincrasia y naturaleza latina.
Descansa en paz, Juan Padrón… Elpidio sigue entre nosotros.
(Tomado de La Jiribilla, nro. 868)