NOTICIA
Juan Padrón: Un bicho imprudente
En las gradas del Cardona, el estadio deportivo del Mónaco, en el Cerro, se enfrentan en simbólica batalla dos bandos de estudiantes, al parecer como de sexto grado. El primero persigue al segundo, lo que sería un buenos contra malos en mis días –soy del año 48 del siglo pasado. Al pasar por mi lado, el indudable líder de los triunfadores grita: “¡Viva Cuba libre!”. Los grupos se alternan, y a quien ahora le toca ser un patriota, luego le tocará, a regañadientes, pasar al bando de los españoles. A alguno, el cabecilla supongo, corresponde representar en cuerpo –y no tanto en alma– al general Jesús Agapito Resoples y del Garrote, el peorcito de todos.
Una vez dirimida la batalla en favor de los buenos, como solo ocurre en juegos y sueños, voy y le pregunto a aquel jefe: “¿Quién decía ‘¡Viva Cuba libre!’?”. En lugar de responder “yo”, el niño, abriendo los brazos, hace un gesto de que es evidente, y responde que ha sido Elpidio Valdés.
Estamos hablando, pues, de que aquel niño (“es evidente”), era Juan Padrón, caricaturista, realizador de dibujos animados, ilustrador, historietista, guionista y director de cine, quien el 29 de enero pasado cumplió sus primeros setenta añitos, de ellos más de cincuenta haciendo muñes (de cuarentaicinco abriles pasa ya el coronel Valdés, quien nació en la revista Pionero), todo contra viento y marea. Unas líneas más abajo, se verá por qué.
SANGRE A BORBOTONES
Empecemos por los Vampiros para no pasar vareta, porque fueron anteriores a Valdés y son famosísimos por igual.
La primera vez que oí hablar de Vampiros en La Habana estaba en Budapest, una ciudad que, por su cercanía a Transilvania, es uno de los mejores sitios del planeta para escuchar historias de estos personajes de las sombras. Vampiro que se respete, tiene en su pedigrí algún gen en esa región europea, antes húngara y hoy rumana hasta nuevo aviso.
Juan venía de visita a mi apartamento y oficina de Prensa Latina, agencia de la que yo era corresponsal. Fue en 1981, cuatro años antes de que la película se estrenara en La Habana y empezara su vertiginoso despegue a la fama.
Le escuché la historia del Vampisol, brebaje que permite a los aparecidos tomar sol, ir a la playa, al Caribe, armar fiestón… Y poco a poco fui entrando en razón sobre que, por qué no, Cuba estaba en el derecho de –con bloqueo o sin él– tener sus propios vampiros, no faltaba más. Y bueno, como somos como somos, nuestros vampiros son los mejores.
Los primeritos Vampiros vieron la luz en 1967 como tiras cómicas, y la película Vampiros en La Habana resultó ser la primera gran coproducción de cine de animación cubano, y el primer filme sin estreno, dado que una vez concluido, el ICAIC consideró que no le gustaba, que se arrepentía de mostrar una obra de animados para jóvenes y adultos, cuando se suponía que estos estudios trabajaron solamente para los niños.
“No se le hizo conferencia de prensa, ni estreno formal y salió un jueves como quien no quiere la cosa, junto a otras pelis, y ya, y lo bonito fue que rompió récord de taquillas para una película cubana en un mes”, recuerda Padrón en exclusiva para esta edición de La Gaceta.
A los seis años de su estreno, el filme se había vendido en casi todo el mundo, pasó a constituir una película de culto en muchos países, fue el número cincuenta entre los cien mejores del cine iberoamericano del siglo XX y la única obra de animación en la lista, además de formar parte de la colección del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA). La segunda y última película de esta saga hasta el presente es Más vampiros en La Habana, de 2003.
“Pero lo mejor de todo es que la gente se acuerda de ella, y bromean con los diálogos de la película”. “Rey del mundo”, como tantas otras, es de las frases que se han quedado entre los cubanos para siempre.
Al final, uno quiere que si se las tiene que ver con un vampiro alguna vez, ese vampiro sea de los de Juan Padrón, y que, por supuesto, podamos disponer del cuello para comenzar la maniobra.
PILLO, INSURRECTO, MANIGÜERO MAMBÍ
Pero, con mucho, es Elpidio su personaje más popular en Cuba, es nuestro “patriota sin igual” al decir de Silvio Rodríguez en su tonada, y no por imposición ni machacadera y sobresaturación en los medios, sino por derecho propio, abriéndose paso a codazo limpio.
Poco a poco, el coronel mambí y su tropa –mi personaje favorito de ellos es Fico, el fusilero– fue entrando en las aulas de la Isla y en los hogares de cubanos en cualquier rincón del archipiélago, o en donde los haya llevado la vida, no importa en este caso cuán lejos sea.
No es Superman, ni el Pato Donald, ni el Ratón Miquito. Tampoco niega a estos paladines de los cartones estadunidenses, no hay por qué, y menos ahora que los yanquis son un tin menos pésimos. Es Elpidio nuestro paladín, alguien astuto, simpático, que monta sobre el lomo de Palmiche, está enamorado –y bien correspondido por ella– de María Silvia y encabeza la caballería que, con la bandera de la estrella solitaria y al grito de “¡Viva Cuba Libre!”, arremete machete en mano contra los colonialistas y gana; siempre y en cada muñe, gana, lo cual nos hace felices.
Dicho así, como está escrito, parece que para Padrón ha sido coser y cantar. Sin embargo, tuvo que librar, talento en mano, su batalla (¿qué les parece si decimos “cruenta batalla”?) frente a los mediocres. Aquí les va una sinopsis de lo que ha pasado, como prometí unas líneas más arriba. (Por favor, no se rían de los argumentos de los censores, que fueron cosa muy seria).
Padrón empezó con la serie Vampiros, en un suplemento del diario Juventud Rebelde. Los vampiros chupan sangre, pero en aquella etapa rondaba la consigna de “¡Por Vietnam daremos hasta la última gota de nuestra sangre!”, y de eso se armaron los burócratas para impedir que las tiras continuaran, porque sonaba a burla, así que ¡fuera!
Les siguieron los Piojos. Cuba, por entonces ya aspiraba a ser potencia médica, y, ¿qué es eso de hablar de piojos? ¡Borrados! En este orden de aparición, les siguieron los Verdugos. Un sarampionado comentó “Bien se ve que el compañerito no fue torturado por la tiranía”. ¡Abajo Verdugos!
Después, los extremadamente revolucionarios, en una asamblea del diario Juventud Rebelde, enjuiciaron estas caricaturas de humor negro que, por ser “dañinas a la juventud cubana y latinoamericana”, debían quedar suprimidas del todo. ¡Tachadas!
De esta ofensiva no se salvó ni Silvio. Su tonada para acompañar la serie animada de Elpidio estuvo un tiempo dando tumbos de buró en buró debido a que contenía acordes del Himno Nacional, y eso, compañeros, era herejía viniera de quien viniera. No obstante, tuvo mejor suerte y salió a flote.
¿Y Elpidio? Llegó en 1970, después de los Verdugos, y tampoco se libró. Molestaba que los mambises estuvieran vestidos como mambises, es decir, con ropas muy pobres, al igual que los niños, y que se insinuara que se decían malas palabras (en los globitos de diálogo solo aparecían garabatos), lo que no constituía un buen ejemplo. Solo que al coronel Valdés no se atrevieron a gritarle ¡fuera!, ¡abajo!, ni a borrarlo, ni a tacharlo…
Luego Padrón pasó a trabajar en el ICAIC con los mismos animados, y no ocurrió nada –salvo que se desquitaron con los Vampiros– y, como él nos comenta mientras juntamos memorias para este texto: “tal vez fue porque los ‘iluminados’ se habían ido para siempre de Cuba, uno a Ciudad de México y otro a Miami”.
De un tiempo a esta parte, y creo que se aplica aquí con justicia, está de moda entre nosotros los cubanos, para hablar de este tipo de cosas, la frase “no es fácil”; que me resulta un tanto incomprensible toda vez que en verdad lo que debería decirse es que la cosa está “muy difícil”. De todas formas, cualquier cubano hablaría así de cómo la pasó Padrón. Pero nunca lograron dejarlo tirado sobre la lona; no porque a sus contrarios les faltara pegada –hay ejemplos que demuestran que la tuvieron o la tienen–, sino porque quien “no es fácil” es Juan, para suerte nuestra.
Además de su obra fílmica, Padrón es autor de un texto voluminoso y bien ilustrado que, una vez salga en su segunda, ampliada y definitiva edición, de seguro va a constituir un manual de cabecera para los cubanos y las cubanas. Se trata de El libro del mambí (Ed. Abril, 1985), en el que aparecen los estudios de cada detalle de la guerra de independencia que hizo para sus animados, y con el que demuestra, aunque no es su propósito, que no hay nada fortuito en un toque de corneta, en los tipos de fusiles o en las voces de mando que se ven en las aventuras de Elpidio. Los roñosos se van a volver a carcomer las tripas y, entonces, ¡qué se joroben!, habrá más garabatos para los globitos.
No es nada nuevo esto de la ofensiva de los mediocres contra el talento. En una de sus fábulas, Esopo, que vivió hasta 560 a.C. puso en voz de una luciérnaga: “No entiendo, sapo, por qué atentaste contra mi vida si yo […] tan solo paseaba mostrando mi luz”. A esto, el sapo replicó: “Eso te ha ocurrido por ser un bicho imprudente […] Si no hubieses brillado como lo haces, no te hubiese escupido”.
Tengo, sobre esto, un par de ejemplos que creo hablan por sí solos. Son ejemplos de niños y niñas, no faltaba más.
En ocasión de conmemorarse en 2013 los nueve lustros del coronel Valdés, la escritora Laidi Fernández de Juan organizó en el Centro “Dulce María Loynaz” un homenaje a Padrón. Para ello invitó a gente importante de la cultura nacional –nadie quería faltar– y a alumnos y alumnas de
una de las escuelas primarias de los alrededores. Tuvo la buena idea de proyectar cortos de este pillo, insurrecto, manigüero mambí. Bien hubiera podido suprimirles el sonido: ¡los escolares repetían los bocadillos de memoria, con entonación y todo! Juan Padrón (en este punto hay que saber que es tímido a más no poder), se encogía detrás de la mesa que presidía el acto y, bueno, se hallaba muy feliz, “era evidente”.
El otro ejemplo es muy parecido: el crítico y promotor cultural Fernando Rodríguez Sosa organizó un encuentro en la Librería “Fayad Jamís” hace poco, esta vez por las siete décadas de vida de Padrón.
Aquello se llenó de niñas y niños que empezaron a hacerle al caricaturista una pregunta tras otra. No hubo proyecciones en esa oportunidad, pero en estos diálogos con el autor quedó más que claro que los más jóvenes del auditorio dominaban al dedillo las aventuras de los muñequitos de Elpidio Valdés. Al final, cada uno le entregó a Juan un regalo confeccionado por ellos mismos y le cantaron “Feliz cumpleaños”. Padrón se volvió a encoger, pero su reacción ya no nos coge desprevenidos.
Laidi Fernández, en ocasión del homenaje en el Loynaz dijo: Podemos disentir en muchísimas cuestiones, polemizar con los viejos y con los más jóvenes, atacarnos, emigrar o quedarnos; defendernos, enfrascarnos en apasionadas discusiones, dejarnos abatir o, por el contrario, estimularnos a continuar batallando, pero si en algo estuvimos, estamos y estaremos de acuerdo todos los nacidos en esta Isla es precisamente en la identificación del más grande de nuestros historietistas.
Y así, pues, tenemos a Elpidio Valdés, ¡vaya suertudos que somos!, ese muñe del imprudente bicho Padrón, que en el pasado inmediato fue uno de los salvadores de la cultura nacional, que en el presente lo es por igual y, me atrevo a asegurar, que aún será más decisivo en el futuro cuando venga alguien con la lengua enredada a preguntarnos:
–¿Quién ser Elpidio Valdés?
(Tomado de La Gaceta de Cuba, nro. 4, 2017)