Conducta

La dicha de la causalidad. Reflexiones en torno a Conducta (Parte I)

Mar, 07/28/2020

[Crítica publicada en la revista SiC, no. 60, pp. 21-25, de Santiago de Cuba, retomada a propósito de la reciente exhibición del filme Conducta en el espacio Sábado de cine]

El proceso de legitimación de una obra de arte es un camino complejo en el que intervienen una gran cantidad de elementos y circunstancias. Hablamos de un consenso colectivo alrededor de una pieza que es descubierta, sisada y fragmentada hasta sus esencias, solo para ser luego reconstruida sobre los despojos de fruslería que embalan su núcleo precioso, y ser colocada, magnífica ella, en el limbo de la Historia.

Allí, entonces, se resignifica en franco diálogo con otras piezas, se vuelve documento de cultura y testigo leal de la época que la engendró. Sin embargo, ya sabemos que no es solo el beneplácito popular el que determina la trascendencia de la obra. La Historia, rectifico, su escritura, se halla en las manos de los críticos. Allí habrá de dirimirse el beligerante arbitraje entre qué es novedad pasajera y qué es producto valedero.

Es esta la disyuntiva que enfrentamos hoy ante Conducta, la última película de Ernesto Daranas. Convertida en un verdadero fenómeno mediático, hemos visto con satisfacción abarrotarse las salas cinematográficas durante semanas. Nadie se la ha querido perder. La mayoría de este sorprendente cardumen humano ha recibido con mucho agrado la propuesta fílmica. Algunos osados ―me hacía notar una amiga― aseguraban que era lo mejor producido en Cuba desde Fresa y chocolate (Gutiérrez Alea y Tabío, 1993). Definitivamente no estoy de acuerdo con tales extremos, pero tampoco considero que sea una discusión de frutos relevantes. Lo que sí parece que queda claro es que Conducta ha sido un éxito rotundo.  

No le son ajenos los halagos del público a Daranas. Ya se los había ganado con Los dioses rotos (2008), su primer largometraje. En esta ocasión, y pese a que son evidentes los puntos de contacto entre Conducta y aquella su primera propuesta, hay diferencias raigales que marcan distancias entre ellas. Los dioses… apostó por la explotación de un tema tabú en nuestra sociedad: la prostitución. Montó su historia de amor prohibido entre un gatuperio de realidades y leyendas urbanas. Triángulos amorosos, marginalidades solventes, halo místico, violencia, tragedia… y mucho sexo. Era una película diseñada para triunfar ante el público.

Son otros los aires de Conducta. El gran tema del filme es la educación. Christian Metz dice que la enseñanza es profundamente conservadora porque su meta es acarrear al enseñado a una participación, lo más extensa posible, en la sociabilidad tal como es definida en su cultura1. Vemos, entonces, declarada la hendidura que separa ambos filmes: el uno, Los dioses…, nos revela entornos herméticos a los medios, universos ocultos y sórdidos que subyacen en las cotidianidades urbanas; el otro, Conducta, se explaya en fenómenos masivos, públicos; escudriña un sistema instructivo que, por demás, halla entonaciones de fanfarria en la prensa. No obstante, el propio sisma que yace entre estas películas constituye, paradójicamente, su unidad: ambas se definen ante una premisa común, se empeñan en explorar realidades que trascienden sus manifestaciones evidentes.            

Esa cautela que suponen los modelos instructivos ―volviendo a Metz― es solo escenario para Daranas; un proscenio espectacular donde ensamblar su trama, y constituye, igualmente, paradigma al que adherirse o combatir, de vez en vez, como en la vida real. Con la selección de esta temática, el filme entabla inmediatamente un vínculo empático con la audiencia, puesto que la educación como conquista y proyecto social ha involucrado de forma masiva a todo el pueblo cubano. Algunos, imbuidos de a lleno como protagonistas en sus programas de formación, otros, como simples educandos. La película concierta, además, con las discusiones acerca de la llamada “crisis de los valores”, en boga por estos tiempos.

Pero ese diálogo que traba el filme con la realidad más actual lleva implícito el peligro de la relativización de las opiniones y ha de tener la lucidez de esbozar su premisa tomando en cuenta los extremos ―el discurso panegírico sobre el sistema de educación que emite la prensa nacional o el vilipendio a ultranza de sus detractores― y decidirse tomándolos en cuenta. Recorrer ese áspero trillo con éxito es difícil. Solo puede lograrse, creo ver, con el conocimiento profundo de la realidad a abordar y, especialmente, con la honestidad del compromiso que se hace con ella. A fin de cuentas, una obra de arte es una declaración de principios de su autor.

Considero que la victoria de Conducta ante el público ha sido alcanzada por dos elementos troncales, de los cuales se han de desprender otros aspectos causales. El primero es el tema mismo que ya mencionábamos, y el segundo es la construcción de personajes armonizados con un apropiado sistema de causalidades que los hace creíbles, lo que denota un guion muy bien estructurado.

Suena elemental, y lo es. A lo que me refiero es que Conducta triunfa donde muchas otras películas cubanas de estas últimas dos décadas han fallado: no es suficiente con la pesquisa de nuestro entorno social, de ser espejo de atolladeros sociales extratextuales, es necesario, además, una coherencia interna que le permita autonomía y legibilidad a sus historias. Los caracteres de este filme son entes verídicos (tridimensionales nos dijera Lajos Egri), que reconocemos en la calle, con problemas posibles y soluciones probables. La identificación del público con la trama recuerda cierta sentencia enarbolada por los posmodernos: la verdad no es otra cosa que una ficción convincente2.

Personalmente me sentí atraído por los esquemas conflictuales propuestos por Conducta, y me impresionó el manejo de los mismos por su director. Se formula un eje problemático diseñado a partir de la relación entre los dos protagónicos: Carmela (Alina Rodríguez) y Chala (Armando Valdés). Su esencia radica en los intentos de la Carmela por “salvar” a Chala de un hábitat social que lo aplasta. Este proceso de defensa se enfoca hacia el resguardo de una inocencia o sentimientos de bondad que posee el niño y que la maestra ve peligrar. Semejante conflicto va a transitar por dos cauces; uno institucional, representado por la escuela, donde Carmela ejerce su dominio y se han de librar algunas de las batallas más importantes de la película3; y otro personal, frontera que la docente no duda en saltar aunque su influencia sea por, supuesto mucho, más limitada.

Los dos móviles que arrastran a la educadora a la odisea de enfrentamientos con la institución4 ―que ella misma representa, por cierto― quedan suficientemente claros desde el exordio de la película y son mostrados a partir de recursos diferentes. Por un lado, la soledad, provocada por el exilio de la hija y de un nieto contemporáneo con Chala. Asistimos como testigos a este evento y acompañamos al personaje advirtiendo las implicaciones del hecho y su eventual profundización a lo largo de la película. Carmela no tiene o manifiesta poca conciencia acerca de cuánto influye este aspecto en su comportamiento.

El segundo justificante de sus actitudes es un alto nivel de compromiso para con sus alumnos. Esta cualidad no solo es demostrada a lo largo del filme, sino que es el estandarte que ondea la protagonista en su misión de “rescate”. Daranas lo muestra desde el comienzo cuando Carmela, con actitud severa, apostrofa ante cámara primero, y luego en off, una soflama en la que alude a sus orígenes humildes y sus años de servicio. Aunque personalmente me sentí molesto por la actitud grandilocuente de la arenga, que amenazó con convertir la película en una diatriba plúmbea, mi enojo fue disuelto por la fundamentación apropiada que la trama misma provee en momentos posteriores.

 

Notas:

1 Cfr.: Metz, Christian, 1972: “Imagen y pedagogía”, en Análisis de Imágenes. Colectivo de autores. Editorial Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires.

2 Cfr.: Harris, Marvin, 2013: Teorías sobre la cultura en la era posmoderna. Editorial Crítica, Barcelona.

3 De hecho, la institución también tiene intenciones similares a las de la maestra, solo que su solución (internar a Chala en la escuela de conducta) conlleva a la legitimación de la marginalidad del niño, por ende, los objetivos entre Carmela y la institución que representa son encontrados. 

4 Encarnada con suficiencia por Silvia Águila, actriz repitente en ambos largometrajes del director.