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La última cena y Venecia restringida
Aclaro que el título de este trabajo nada tiene que ver con el célebre fresco de Leonardo Da Vinci ni tampoco se relaciona con algún sombrío vaticinio para la ciudad italiana también llamada La Serenísima. Me refiero más bien a una trascendente película cubana, que ha sido afortunadamente restaurada, y será exhibida con honores en el próximo Festival Internacional de Cine de Venecia, un evento que tendrá este año, a causa del distanciamiento físico, un público muy limitado de críticos y unos pocos invitados extranjeros, mientras que este y otros certámenes, como el de Toronto, valoran la exhibición de los filmes a través de sitios de internet con servicio de streaming, para ser descargados solo por el personal autorizado a visionarlos.
La restauración digital de La última cena, realizada por Tomás Gutiérrez Alea en 1976, se proyectará como parte de la sección Clásicos en la 77 edición de la cita veneciana que tendrá lugar entre el 2 y el 12 de septiembre venidera. La copia se estrenará mundialmente en el Festival Il Cinema Ritrovato (El Cine Reencontrado) de Bolonia, que ocurrirá del 25 al 31 de agosto, y que también se alimenta de la lista de clásicos restaurados que ofrece Venecia, bajo un acuerdo de colaboración.
En la XXXIV edición de Il Cinema Ritrovato se exhibirá no solo la obra mencionada de Titón, sino otras dos de sus películas (las tres rehabilitadas por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Los Ángeles, Estados Unidos, en colaboración con la Cinemateca de Cuba): el corto documental El arte del tabaco (1974) y el largometraje La muerte de un burócrata (1966), que estuvo el pasado año en la Mostra.
Nunca resulta baldío volver a reflexionar sobre los méritos del arte cubano, incluso cuando se tome como pretexto este momento en que dos películas clásicas atraen las miradas de los más prestigiosos eventos e instituciones cinematográficas del mundo. Conste que ambas producciones fueron profetas en su tierra, y colocadas, a su hora, en los merecidos sitiales, gracias a la atención del público y de los críticos. La muerte de un burócrata estaba construida a manera de burla zumbona a los insoportables "atravesados" en el normal desarrollo de la sociedad, pues arremete contra la plaga de funcionarios esquemáticos e inflexibles que construyen la desesperación del protagonista, y pone de relieve el trágico caos en torno a un trámite sencillo e imprescindible. Considerada una de las sátiras cinematográficas más elocuentes a las insuficiencias administrativas de cualquier sociedad, el filme inaugura el realismo crítico con toques absurdos e irreales que le permitieron a la cinematografía nacional eludir los estrechos marcos representacionales, a veces imitativos, del neorrealismo italiano.
Por su parte, La última cena se vio por vez primera el 3 de noviembre de 1977 en los cines Yara, Acapulco, Metropólitan, Mónaco, Florida y City Hall (qué maravilla disponer de tantísimos cines en el circuito de estreno) y entre sus numerosos premios internacionales se cuentan el Golden Hugo del International Film Festival of Chicago, el Grand Prix en el Festival de cine iberoamericano de Biarritz, el Colón de Oro en Huelva, la distinción como filme destacado del Festival de Londres, mejor filme extranjero exhibido en Venezuela, Gran Premio en el Festival Figueira de Foz, Portugal; y vencedor del Jurado Popular en la II Muestra Internacional de Cine Sao Pablo.
Diez años después de realizar la brillante sátira contemporánea sobre los problemas del burocratismo en Cuba, Gutiérrez Alea incursionaba en la producción histórica con su primer filme en colores, La última cena, inspirado en una anécdota sobre un hecho real que aparece en el libro El ingenio, de Manuel Moreno Fraginals, quien logró un extenso y medular estudio de la economía de plantación en la época del esclavismo en Cuba. En tanto la acción transcurría a finales del siglo XVIII en un ingenio azucarero, fue importantísima la asesoría que brindó el historiador al cineasta, quien contó también con el auxilio de los conocimientos de especialistas como Rogelio Martínez Furé y Nitza Villapol, pues se relataba también la historia de un rico conde, muy religioso, que reúne a 12 esclavos y los invita a cenar, a la manera de similar convite narrado en la Biblia.
Durante la cena, que ocupa la mayor parte del metraje, el conde conversa con sus siervos e intenta explicarles los principios de humildad y resignación que orienta la religión católica. Los esclavos, convencidos de su buena voluntad, deciden no trabajar al día siguiente y así se desata una represión con trágicas consecuencias. Se trata de un análisis a temporal sobre el poder y la dependencia, porque, según declaró el director a Gerardo Chijona en la entrevista publicada en la revista Cine Cubano número 93: "…una película histórica, para mí, no es reconstruir de una manera espectacular el hecho en sí. No me interesa el trabajo arqueológico, sino aprovechar de la historia algún momento debido a la repercusión que eso puede tener en el presente".
El editor Nelson Rodríguez contó para el sitio web Cubasí: "La filmación de la secuencia de la cena era un verdadero reto de puesta en escena, duró alrededor de cuatro semanas y se rodó con continuidad, o sea, en orden, casi a tiempo real. Era realmente un reto, pues la continuidad exigía un cuidado especial en todos los elementos, desde el cuidado con las velas, la comida, los vinos y por supuesto del trabajo de los actores. La edición fue un verdadero banquete, pues no hubo el más mínimo error ni en la puesta ni en la continuidad".
A este respecto, vale añadir que en la famosa y larga secuencia el director filma de frente la mesa, con el conde en el medio, y recurre a un retroceso, y luego a un adelantamiento en el movimiento de cámara, como para subrayar el aire teatral de la representación y la referencia pictórica en el cuadro de Da Vinci.
Es poco probable que el director intentara realizar una diatriba contra la ideología católica. Creo más bien que pretendía cuestionar, indirectamente, todas las manipulaciones habituales de los poderosos, respecto a cierta retórica idealista e igualitaria, para confirmar en el fondo el predominio de la clase gobernante sobre un grupo que considera inferior y anónimo. De modo que cuando el conde se refiere a la aceptación del sacrificio y el sufrimiento, jamás piensa en adoptar él mismo esa filosofía, sino en que la refrenden los esclavos, obligados al asentimiento de su condición subalterna. Esta y otras reflexiones provienen de una de las películas más brillantes e inteligentes jamás realizadas en Cuba. Ahora se podrá disfrutar nuevamente en una buena copia.
Como no me invade el diagonal chauvinismo de informar sobre un evento tan enorme como el Festival Internacional de Cine de Venecia solo a partir de la participación cubana, queremos al menos apuntar que en la sección oficial, donde compiten los estrenos de los grandes cineastas, aparecen filmes dirigidos, entre otros, por el maestro de horror japonés Kiyoshi Kurosawa (La mujer del espía), la nueva revelación del cine de autor polaco, Malgorzata Szumowska (Nunca nevará otra vez), el cineasta israelí más aclamado mundialmente, Amos Gitai (Laila en Haifa), el varias veces consagrado director ruso Andrei Konchalovsky (Queridos compañeros), y el maestro iraní del melodrama neorrealista protagonizado por niños, Majid Majidi (Hijos del sol).
En fin, que el cine cubano continúa ocupando esferas de prestigio, porque más allá de los honores restituidos a dos clásicos imprescindibles, también se dio a conocer, hace unos días, que la producción independiente Agosto, dirigida por el debutante Armando Capó, nos representa en la edición número 24 del Festival de Cine de Lima, que este año también tendrá versión online, a causa del coronavirus, desde el 21 hasta el 30 de este mes.
En ese mismo evento concursa el documental A media voz, codirigido por Heidi Hassán y Patricia Pérez, y así podrá ser visto, vía internet, en todo el territorio peruano, además de que se estrenará por fin en España como parte de la selección oficial del Festival de Málaga, el 23 de agosto en el Teatro Echegaray. Tanto Agosto como A media voz recorrieron una larga lista de importantes concursos internacionales, y ambos fueron premiados con Corales máximos en sus respectivas categorías (ópera prima y documental) en el más reciente Festival de La Habana. No solo de glorias pasadas vive el cine cubano.
(Tomado de Juventud Rebelde, 22 de agosto de 2020)