NOTICIA
“Las niñas bien”: Julio Iglesias tiene una amante de biscuit
En Las niñas bien (2019), el más reciente filme de Alejandra Márquez, hay una interesante mirada a la crisis económica y política mexicana durante el período presidencial de José López Portillo (1976-1982). Sin ser precisamente un filme de factura sociopolítica, el entramado epocal y sus medulares afecciones a la sociedad azteca de esos años, en particular a la alta burguesía, asoman como una silueta que poco a poco toma cuenta de las particularidades y vivencias que definen la catadura moral de los personajes del filme, en especial el sector femenino acostumbrado a la vida galante de fiestas, cumpleaños de caché, los paseos en las grandes boutiques y el “chismorreteo” de última hora sobre ricachonas emergentes que no esconden la naturaleza de su vulgar ascendencia.
Sofía, la protagonista, es un personaje marcado por los dobleces y la fatuidad. Entre las copas relucientes, el vino blanco, el pulpo adobado y su delirio platónico con Julio Iglesias, el príncipe de sus sueños, parece segura en vida de opulencias y ostentación y cree que nada, absolutamente nada, podrá apartarla de la clase de los privilegiados. Apenas consigue entender que las convulsiones de la crisis, que ha cargado a no pocos maridos de sus amigas a fuerza de pistoletazos y embargos, es una sombra que no le tocará de cerca.
No hay asomo de compasión en la mirada de Márquez cuando retrata la vida de espejismos y trivialidad de sus mujercitas de biscuit que sueñan con baños de lujo en El Corte Inglés, se excitan con el olor del carro nuevo, prefieren canelones y tulipanes y añoran emprender viajes de ocasión por Europa mientras a su alrededor el mundo se desmorona. Nada en su universo de burbuja les permite avizorar la cercanía de la catástrofe, en el caso de Sofía, sin necesidad de la premonición de una mariposa negra.
En este punto, el retrato epocal, desde la crítica a la fatuidad, casi grotesca, del universo femenino de la alta burguesía mexicana, consigue sus mejores registros en cuanto la crisis estrecha paulatinamente su cerco sobre ellas, hasta el definitivo colapso, sin que sean capaces por sí mismas de revertir la situación debido a la dependencia ciega que mantienen de sus maridos.
La dirección de arte y la fotografía son otros puntos destacables de esta película. De lo primero, vale mencionar su esmerada reconstrucción contextual y el caprichoso trabajo de producción que cuida hasta el mínimo detalle el diseño de vestuario, ambientación de locaciones, etc., toda la utilería que se integra al registro del cuadro con la finalidad de aportar información en torno a la naturaleza psicológica de los personajes. De lo segundo, la Márquez asume el riesgo de una inteligente estrategia discursiva que tiende a evitar a toda costa la excesiva linealidad del discurso visual mediante la elipsis y los cortes fragmentados de las acciones, aun cuando se encarga, en su rejuego de analepsis y prolepsis, de la inserción de los planos de continuidad a destiempo, como una hábil prestidigitadora, para complementar la información narrativa. Y esto le sale bien, muy bien, sobre todo cuando la banda sonora pauta el ritmo de las secuencias en el montaje.
Lo mejor de la película: sin dudas, la actuación de Ilse Salas, merecedora del Coral en su rubro en la 41 edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana.
Te digo mi nota: un 4, de 5.
Lo peor de la película es su sonido directo, sobre todo en determinadas escenas con diálogos que obligan al review. Por Dios, que no hay santo que deje entender los altibajos de la entonación lingüística de la variante mexicana del español, sobre todo cuando las mujercitas de porcelana de la Márquez, en su ti-ti-ti, deslizan la palabra en susurros al final de frase. Ni modo cuando el cuadro registra la conversación en plano general o americano y las palabras terminan siendo eso, un bisbiseo que el viento se lleva.
De tanto correr por la vida sin frenos, a Julio Iglesias bien poco le importó perder a la amante de biscuit que ahora no teme parecer vulgar mientras le ladra al perro cuando desciende de su colina.
(Foto tomada de Industrias del cine)