NOTICIA
Laurence Anyways: vida que sigue, de cualquier manera
En Laurence Anyways (2012), de Xavier Dolan, exhibido recientemente en el espacio La séptima puerta, las rupturas de las problemáticas sociales, psicológicas y familiares que impiden al personaje protagónico la verdadera expresión de su identidad genérica no me parecen tan medulares como parte de la dinámica del conflicto, sino la paradoja que esa misma narrativa de la liberación encierra: el acto de emancipación comprende, también, la pérdida; es el detonante de la malaventura del amor que finalmente descubre cuánto hay en el complemento que hace posible su materialización los mismos motivos que lo anulan. De ahí la tragedia.
El filme de Dolan, el tercero en lo que va de su carrera como realizador, discute temas de interés actual: las problemáticas respecto de la identidad de género; las fobias que ridiculizan las experiencias de vida y sexualidades disidentes, ajenas a la heteronormatividad impuesta por el discurso patriarcal; las discriminaciones a la comunidad LGBTQI+ en los espacios sociales y familiares; el debate ético y moral que tiende al fundamentalismo religioso y sociocultural en las sociedades modernas; las diferencias generacionales respecto a los modos de asumir/interactuar/comprender la diversidad; las disfunciones familiares que problematizan las psicologías individuales y la exploración en clave sociológica de temas vinculados con las experiencias de vida de individuos/relaciones transgéneros.
Como todo lo que rubrica el cineasta canadiense, este filme destaca por la complejidad del registro psicológico de sus personajes y la posibilidad de explorar, con el minimalismo frenético de su discurso visual, la vitalidad emocional del drama.
Hay una escena clave, casi en el aire final de esta fabulosa película: Laurence Alia (Melvil Poupaud) y Fred (Suzanne Clément) se han vuelto a rencontrar con el paso de los años en un restaurante de Québec, pues hasta ese momento sus vidas han seguido caminos dispares. Un instante de conversación les permite a ambos confirmar que las desavenencias psicológicas, con una fuerte ascendencia social y cultural, no han sido completamente superadas pese a la expectativa que supone el encuentro.
Y en ese diálogo intenso, de fuerte emotividad para uno y otro, la discusión se enrumba por un camino sin salida donde la única alternativa es el pretexto que enmascara la escapada. Le bastaba a Nolan el gesto de la mirada de Laurence, fija, en la puerta del baño que se ha cerrado tras Fred, para comprender la inviabilidad de la reconciliación. El cuadro capta muy bien ese espasmo que dura unos segundos apenas en el rostro de Laurence, de una fuerza psicológica inaudita, de una expresividad que no necesitaba, para nada, la mediación de palabras.
Sin embargo, lo más llamativo del relato es que tanto Fred como Laurence tienen las mismas acciones, uno escapa del otro creyendo que el contrario quedará ahí, a la espera de una retomada que nunca sobrevendrá. Entonces sobreviene el gesto clímax por el cual bien vale perdonarle a Nolan el exceso de metraje: Laurence se voltea, mira atrás.
El suspense visual es clave para dejarle la incertidumbre al espectador respecto a lo que está viendo, si es a la puerta del restaurante donde supone estará Fred, anonadada por el abandono, o si es que, en realidad, la ha visto correr en dirección contraria, saliendo por la puerta del fondo.
Pero más que eso, me quedo con la repentina tentación de volver, con la posibilidad que sugiere esa nueva mirada de ceder a la reconquista de un amor que mutila y lo hace transitar por un camino sin retorno. Laurence no solo se emancipa de las ataduras sociales que le impiden acceder a la conquista de su propia felicidad, ha tenido que prescindir de un trozo de ella, al fin y al cabo, como también Fred.
Y no hay nada más parecido a esto que una lección de vida.