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Los 60 años del ICAIC vistos por el festival de cine
Los 60 años de la fundación del ICAIC, cumplidos en 2019, fueron ampliamente celebrados por la importancia que ha tenido esta institución en el desarrollo cultural de la nación cubana. Uno de los valiosos resultados de este tributo es el libro Homenaje al aniversario 60 del ICAIC, presentado durante la pasada edición del Festival de Cine de La Habana.
En el texto se reproducen las intervenciones del panel organizado el 14 de marzo de 2019 en la sala Saúl Yelín de la Casa del Festival para celebrar la fecha. Con introducción de Iván Giroud, presidente del Festival, el libro hace un recorrido por la historia de la fundación de la primera institución cultural creada por la Revolución, no con un sentido nostálgico, sino con la intención de buscar aquellos “elementos que nos sean útiles para retomar el camino”.
De esta forma, Manuel Pérez Paredes, figura clave en la historia del nuevo cine cubano, que surgió con la creación del ICAIC, rememoró aquellos primeros momentos de “felicidad y amargura, alegrías y tristezas, crecimientos y crisis”. Con la experiencia fundacional, recuerda nombres y episodios sin los cuales no se pudiera hacer el recuento de estas seis décadas.
Por su parte, Graziella Pogolotti ofreció su perspectiva como parte de la generación de intelectuales que abrió paso a las nuevas formas de hacer el arte en Cuba y recuerda que fue sobre todo en cine y teatro donde se desarrolló un trabajo teórico de mayor importancia. Como consecuencia, la referencia al ICAIC no se puede limitar a lo que produjo en términos de películas, documentales, noticieros o al impulso que le dio a la música con el Grupo de Experimentación Sonora: hay que verlo “como un elemento protagónico dentro de la política cultural cubana” que se creó a partir de ese momento histórico.
En tanto, la directora Rebeca Chávez recordó las palabras de Alfredo Guevara cuando decía: “No hay organismo del Estado que pueda crear una cinematografía, pero sí puede ayudar a su surgimiento, a un clima espiritual adecuado, a una atmósfera de creación y respeto propicios”. Y de eso se trata la celebración, de la fundación y desarrollo de un organismo cultural creado no solamente para ese acercamiento con la realidad y la historia de Cuba, sino para fomentar “la posibilidad de que los cineastas crearan libremente, sin interferencias, un cine financiado totalmente por el Estado”.
En el panel también participó el destacado intelectual español Ignacio Ramonet, con quien se estableció un intenso diálogo sobre el contexto internacional que precedió al nacimiento del ICAIC, además de su relación personal con los principales creadores.
En su largo y multifacético vínculo con el cine, rememoró la coincidencia del surgimiento de la institución con la Quinta República Francesa, que tuvo la peculiaridad de crear por primera vez en la historia un Ministerio de Cultura ―encabezado por el escritor y cineasta André Malraux, quien insistió en que “el cine es una industria”―, cuya experiencia tuvo gran influencia en Alfredo Guevara y sus colaboradores.
Además, repasó elementos importantes de la época, como el surgimiento de la competencia con la televisión, los estudios teóricos sobre cine y los movimientos políticos ―como la llamada Nueva Ola― y la fundación de la revista Cine Cubano, a la que consideró “un instrumento de reflexión y de trabajo absolutamente fundamental (…) para decenas de aspirantes a cineastas o críticos de cine durante mucho tiempo en América Latina, ejerciendo una influencia considerable del pensamiento teórico cubano sobre el cine, sobre muchos cineastas a través del mundo”.
Una segunda parte de este valioso libro incluye la entrevista que realizaran el director de la Cinemateca de Cuba, Luciano Castillo, e Iván Giroud a dos de los imprescindibles en los momentos fundacionales: Araceli Herrero (Arita) y Raúl Taladrid. Una inédita joya de exploración en los albores del ICAIC, con el testimonio de dos protagonistas poco visibilizados y únicos sobrevivientes del núcleo de dirección inicial, de cuyo profesionalismo y entrega Alfredo Guevara no pudo prescindir.
Con los primeros tiempos de esa amistad ―en la Juventud Ortodoxa, el PSP y Nuestro Tiempo y de cuando Alfredo le pidió a Arita que se incorporara al ICAIC como su secretaria, en 1959― se inicia este dinámico intercambio que repasa anécdotas y personajes de esos primeros momentos. Guillermo Cabrera Infante y Carlos Franqui, el proceso de nacionalización de los cines del “circuito de estrenos” de La Habana, la entonces llamada zona de “La Corea” ―donde se atesoraban los rollos de las compañías distribuidoras―, la creación de las empresas exhibidora y distribuidora nacionales de películas y las políticas iniciales de proyección pasan por el recuerdo de ambos.
Taladrid, desde su posición de vicepresidente responsable de la exhibición, producción y economía del ICAIC, rememoró la estructura inicial del organismo, los proyectos de mantenimiento y creación de nuevos cines, el surgimiento de los cine-móviles…, todo ello a partir de aparatos norteamericanos que había que reparar ―sin piezas nuevas, por el bloqueo que ya había implementado Estados Unidos― y sustituirlos por equipos soviéticos, además de la proyección de filmes en los 512 cines que tenía el país. En ese aspecto señaló: “No nos pusimos a inventar nada, lo que funcionaba y funcionaba bien, eso mismo lo aplicamos”, decisión inteligente que les ahorró tiempo y conflictos con la distribución de películas.
Rememoraron también la creación de la Distribuidora Internacional de Películas, para resolver el conflicto creado con el comercio exterior y la promoción de los filmes cubanos, los contratiempos con algunas decisiones dogmáticas y los momentos del “sectarismo”, la titánica operación para lograr copias “pirateadas” de películas norteamericanas prohibidas para la venta a Cuba ―que incluía a varios intermediarios, entre ellos, un cineclub amigo de un país latinoamericano que facilitaba la original―, la reacción del público cubano a las películas soviéticas y la coproducción del filme Soy Cuba con la URSS, entre muchos otros pasajes que la hacen una entrevista intensa y muy sustanciosa.
Para ambos fue una “experiencia inolvidable”, “el período más importante de mi vida en todo sentido” ―dijo Taladrid―, en un ambiente de mucho trabajo y de batalla permanente, donde “se vivía a una intensidad impresionante”, rodeados de compañeros muy valiosos que les hizo enriquecer la visión de la realidad.
El libro cuenta con notas bibliográficas y detalles sobre momentos, personas y filmes con los que se puede trazar una hoja de ruta de los inicios, sus antecedentes y los contextos en los que se desarrolló ese momento fundacional, con destellos de lo que se hizo con posterioridad. Un libro que profundiza y trasluce el clima espontáneo y la responsabilidad con que surgió y se desarrolló una institución cultural que marcó un ritmo creativo inigualable en la historia de la Revolución.