NOTICIA
Los ojos en correspondencia
Curiosidad y riesgo o deseo y contingencia definen a Reynaldo González como ensayista. Pero ya uno se llega a preguntar si es un ensayista con fórmula por maduro o un intelectual osado por cuanto aún escribe. Hay que reconocer que el autor de Contradanzas y latigazos, Llorar es un placer, Lezama Lima, el ingenuo culpable, El Bello Habano, biografía íntima del tabaco, es plural en cuanto a temáticas. Disfruto mucho de estos libros mencionados, pero mi preferido sigue siendo Insolencias del barroco.
González también ha escrito sobre cine en varias ocasiones para revistas. Pero su volumen sobre el séptimo arte es Cine cubano, ese ojo que nos ve. Algunos dirán que representa la intrusión de Reynaldo en una materia concerniente a los historiadores o críticos especializados en la cinematografía cubana. ¿Qué busca un Premio Nacional de Literatura al emprender otro documento acerca de nuestro cine? Quien lee a Reynaldo González sabe también de su inquietud. ¿Dirigir la Cinemateca de Cuba sin dejar una propuesta de recorrido, una visión de los orígenes y tradición cinematográficos harto diversos y extendidos de la isla? ¿Confirmar un paso; ilustrar porque se ha aprendido? No son solos los propósitos de Cine cubano, ese ojo que nos ve (Editorial Oriente, 2009).
El libro de Reynaldo constituye una oportunidad para relatar su visión del cine. Contrario a lo que especifica su título, el autor no quiere delimitar la cinematografía cubana, sino integrarla al contexto mundial: «La sobrevaloración de un entorno de arte suele soslayar elementos de la realidad que exigen su presencia en el razonamiento global. Pero amemos las coincidencias». De ahí que esos dos primeros textos («¿Belle Époque? Los fórceps de un parto» y «De la madera del sueño») de Cine cubano… son, sin dudarlo, umbrales necesarios para aterrizar en la realidad y ficción de un retazo amplio del audiovisual del patio. No está de más reconocer sin embargo, que esos dos ensayos, por separado, pueden figurar como textos introductorios de libros ajenos sobre una probable historia de la manifestación y de la repercusión del cine en la espiral onírica. No se crea que ando con ironías.
Allí, donde un crítico o un historiador hubiera optado por amontonar informaciones localizadas, Reynaldo engrana aconteceres y personajes distanciándose lo suficiente a fin de entender una época, al paso que aprovecha, desde los inicios escriturales del presente libro, actitudes cinematográficas: lo panorámico, el picado y el contrapicado hasta centrarse en planos detalles o insertos. No es irreflexivo afirmar que la plasticidad reconocible en la escritura de González se debe también al haber visto mucho cine.ç
Es un hecho que el cine ha sido una influencia e imantación innegables para muchos escritores. Cuanto prioriza en la asociación Reynaldo y su manera de yuxtaponer, provoca esa suerte de escritura que puede ser leída en alta voz. Testimonio vivido o aprendido de oídas qué él comparte con el lector. Tómese un párrafo escogido al azar de Cine cubano… y apréciese cuánto de guion gráfico posee por lo narrativo y dramatúrgico de su escritura.
Más cabe preguntarse: ¿merece nuestro cine todos esos volúmenes dedicados a su presencia? Sí. Pero hay que intentar —si se puede— más empeños interpretativos que valorativos. Que para dar datos están los programadores y quienes escriben libros sobre la historia de festivales. Arriésguese más quien escriba sobre cine. Aspiremos a equilibrar los intereses profesionales. Reynaldo González acierta cuando registra: «En el caso particular de nuestro cine, no todas sus etapas están iluminadas por la reflexión, ni analizados sus entresijos propiamente artísticos y técnicos, pero, paradójicamente, mucho se ha escrito».
Por encima del rescate a consecuencia de lo nostálgico o no sé qué conmociones por el pasado, la palabra impresa que repiensa lo cinematográfico cual ejercicio integrador de otras artes y saberes, reanima la experiencia cultural de cualquier nación.
(Foto: detalle de la cubierta del libro)