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Louis de Funès: leyenda de la cinematografía gala
Una muy buena selección es El hombre orquesta (Serge Korber, 1970) para inaugurar el ciclo “Clásicos de la comedia” que del 4 al 8 de noviembre se exhibirá en la Sala 2 del Multicine Infanta.
Escoger esta cinta para la apertura de la muestra significa un reencuentro del público con uno de los más importantes cómicos franceses del siglo xx: Louis de Funès (1914-1983) a través de una obra que, precisamente en el 2020, llega a su medio siglo de estrenada.
Louis Germain David de Funès de Garlaza y Soto, su verdadero y completo nombre, creó un estilo propio que ―como el de otro de los grandes cómicos incluidos en el ciclo: Mario Moreno “Cantinflas”― le permitió cambiar o adaptar los más diversos argumentos a su forma de actuar.
Para un sector de la población cubana incluida ya en la tercera edad su nombre se asocia, en primer lugar, con la saga de Fantomas, dirigida toda por André Hunebelle, películas en las que, junto a Jean Marais, interpreta al incansable, aunque bastante vapuleado, Comisario Juve.
Precisamente un policía, el sargento Ludovic Cruchot, lo llevó a la fama dentro del cine de su país. De él se apropióen el año 1964 con El gendarme de Saint-Tropez (Jean Girault). Las aventuras y desventuras de este personaje se extendieron mucho más que las del Comisario Juve contra Fantomas, pues se filmaron hasta los años 80 del pasado siglo, cuando concluyó con Le Gendarme et les Gendarmettes (Jean Girault y Tony Aboyantz, 1982), un año antes de su fallecimiento.
Su filmografía abarca cerca de 150 títulos. A través de todos ellos consolidó un “sello” de actuación que permitió evaluarlo como uno de los más grandes cómicos franceses (algunos críticos lo denominaron el rey de la comedia en Francia), con un éxito mantenido desde sus inicios en la década de los 50, cuando llamó la atención de los especialistas en la cinta La travesía de París (Claude Autant-Lara, 1956), hasta sus últimos filmes.
Los directores y actores que trabajaron con él destacan, en primer lugar, la energía que siempre transmitía a sus personajes. Una energía física que acompañaba con un grupo de tics de su rostro y una forma muy peculiar de utilizar la voz: gruñidos, ruidos con la boca, que siempre utilizaba en su comunicación con los otros; además de una exagerada gesticulación y manifestación de sus sentimientos, lo cual le permitía convertir sus caracterizaciones en excéntricas, aun cuando fueran representantes de la autoridad.
Yves Montand (1921- 1991), otro de los grandes actores galos, quien trabajó junto a él en Delirios de grandeza (Gérard Oury, 1971), lo evaluó como un payaso genial con una potencia cómica extraordinaria.
El hombre orquesta no está considerada como una de sus películas más famosas. Sin embargo, en ella se pueden apreciar otras facetas de Louis de Funès que no están presentes en sus cintas policiales: su capacidad para el baile y el canto, proveniente de su formación joven, cuando trabajó de pianista de jazz en un bar parisino.
En ella encarna a Evan Evans, director de una compañía de danza, muy estricto con sus bailarinas en cuanto al nivel profesional, su peso y, sobre todo,en sus relaciones con los hombres, por lo cual no los permite cerca, ni que ninguna tenga relaciones sentimentales. Pero el gran problema se produce cuando la gira de la compañía llega a Roma, donde una de las chicas tuvo un bebé, al que dejó al cuidado de un ama, pero esta se tiene que ir y la chica ha de buscar una nueva cuidadora.
Más allá de este simple argumento, en el que su personaje asume el rol del padre celoso con las hijas (las bailarinas de la compañía), El hombre orquesta es disfrutable como comedia musical con alusiones al estilo pop art de moda en aquellos momentos en Europa, manifestados aquí en los diseños de vestuario y escenografía, así como en el montaje de las coreografías.
Para todos los espectadores que la hemos disfrutado en más de una ocasión siempre ha quedado en nuestra mente el montaje de la pieza que tiene como estribillo: “pitipitipá”, durante la cual Louis de Funès, como Evan Evans, apela a diferentes recursos histriónicos, ya sea para inducir la música que quiere en su sonidista o en la enseñanza de los pasos a las integrantes de la compañía, coreografía que se convierte en el punto culminante de la historia.
Y para los admiradores de su estilo de actuación está la escena del cuento del lobo que engaña y se come al cordero, el cual les narra a sus bailarinas una noche, como parábola de los peligros que pueden afrontar en la vida si salen del estricto cuidado a que las tiene sometidas. En ese fragmento se puede disfrutar de todos sus recursos expresivos, puestos en función de la mímica.
En esta cinta actúa junto a él uno de sus hijos, Olivier de Funès, quien ya lo había acompañado en otros filmes como Las grandes vacaciones (Jean Girault, 1967) e Hibernatus (Edouard Molinaro, 1969).
Bienvenida, entonces, El hombre orquesta como inauguración de este ciclo de comedias, no solo por sus bien cumplidos cincuenta años de estreno, sino también por traer para los nostálgicos y las nuevas generaciones a ese gran actor que fue Louis de Funès, considerado una leyenda de la cinematografía gala.