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A Marilyn no se le deja sola
Se dijo que Mi semana con Marilyn (Simon Curtis, 2011) pudo haber sido protagonizada por Scarlett Johansson, Kate Hudson o Amy Adams. Cualquiera de ellas tenías las condiciones para asumirla. Pero el papel recayó en la convincente y además atractiva Michelle Williams, aquella de Amigos y amantes, la también esposa de Ennis del Mar en Brokeback Mountain. ¿Se parece la Williams a Marilyn Monroe? ¿Acaso se parecía Jessica Lange a Patsy Cline cuando la interpretó en Sweet Dreams (1985)?
Si bien el físico importa, ya el maquillaje se encarga de lograr el parecido. Y aunque no lo consiga, el filme biográfico o biopic se apoya en la interpretación segura. A ciencia cierta el cine puede convencer de que ese es el personaje que una vez existió, de que, por ejemplo, Michelle Williams es Marilyn Monroe. No importa el parecido si uno entiende que la caracterización de un icono se obtiene gracias a dos o tres elementos distintivos que complementan o completan la totalidad de la imagen.
Así sucede con la Monroe: cabello ondulado más el rubio platino, gestualidad y otras poses que incluían la inflexión sexy de su voz. A la Williams no le fue difícil encarnar a la carismática actriz. Mas se cuidó de no ridiculizarla. Veremos qué pasará con Ana de Armas, quien será la próxima Marilyn Monroe.
La película del director Simon Curtis se centra en una etapa de la llamativa carrera de Monroe, cuando la rubia llegó en 1956 a Inglaterra para rodar El príncipe y la corista, nada menos que con Sir Laurence Olivier, el gran actor que no solo compartió escena con el sex symbol de Hollywood, sino que además produjo y dirigió el filme.
Habría que preguntarse tal vez en qué pensaba uno de los actores más celebrados del mundo cuando llamó a la codiciada actriz para dirigirla. En realidad, ¿fue con el propósito de reavivar su carrera como en la película se dice o es que Olivier admiraba en el fondo a la complicada figura del espectáculo, como también se pone en boca del actor/director?
Cierto o no, hay un momento genial en que Colin Clark (Eddie Redmayne) —en cuyas memorias se apoyó el guionista Adrian Hodges para el relato de este largometraje— se sincera con Marylin al expresarle lo que puede ser la clave para entender esta extraña relación entre un consagrado como Laurence Olivier y una diva como Marylin: “Él es un gran actor que quiere ser una estrella y tú una gran estrella que quiere ser una gran actriz”. En otro momento también le dice: “Usted representa el futuro y eso lo asusta”. No descartemos nada de esto.
Pero Olivier bien pudo haber sentido curiosidad por experimentar cómo alguien carente de grandes dotes interpretativas podía robarse la pantalla grande cuando trabajaba bien.
Y es que Olivier tuvo que enfrentarse a llegadas tardes, al acompañamiento de Paula Strasberg con su particular método de enseñanza actoral, olvidos de líneas y más… Lo mismo que molestaría al maestro Billy Wilder cuando la dirigiera en La tentación vive arriba (1955) y Con faldas y a lo loco (1959), e incluso a George Cukor, el último con quien trabajaría la ambicionada actriz.
Luego se supo no a cuanto se enfrentó la Monroe para salir airosa de la maquinaria hollywoodense, sino cuanto le ocasionó mantener las altas expectativas a las que se expuso para público e industria. Todos sabemos cómo terminó la estrella el 5 de agosto de 1962.
Mi semana con Marilyn recrea el cine dentro del cine, pero su mayor interés radica en acercarnos a la particularidad que mueve a los actores, centrada una y otra vez en superficialidades y mezquindades del star system. Luisa Strasberg, la representante y profesora de Marilyn, cuyo procedimiento de actuación aprendido de su esposo queda en entredicho, es representada en la película como un monstruo turbulento.
En el plano de las actuaciones vemos a Julia Ormond correcta como Vivien Leigh, Dougray Scout como Arthur Miller, Judi Dench como Sybil Thorndike e incluso advertimos al soberbio Derek Jacobi como Sir Owen Morshead. Kenneth Branagh en su encarnación de Olivier está estupendo. Si en el algún momento Mi semana con Marilyn llega a aburrir es por la propia Monroe, que no fue una rubia estúpida pero tampoco una excepcional actriz.
Aunque, en efecto, excepcional sí fue porque construirse esa imagen de rubia impresionante y sensual de la que el propio cine se enamoró no fue poca cosa. Por El príncipe y la corista ella ganaría un premio David de Donatello. Por Mi semana con Marylin, Michelle Williams, un Globo de Oro.