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Massip: una obra amplia y polémica en el cine cubano
José Massip, por los genes y el ambiente familiar, debió ser científico. Sus padres, Salvador Massip y Sara Ysalgué, eran reconocidos investigadores. Ambos escribieron Geografía Física de Cuba, El clima de Cuba y Geografía botánica de Cuba, así como fundaron junto al Dr. Antonio Núñez Jiménez, en 1962, el Instituto de Geografía Tropical. Pero su hijo se inclinó por las letras.
Se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana y en Sociología en la Universidad de Harvard, Estados Unidos. Cuando regresó a Cuba, de 1949 a 1951 trabajó en la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana junto a Emilio Roig de Leuchsenring.
Ya en 1950 Massip pertenecía a la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, de la que dijo:
El antecedente más importante del ICAIC fue la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, que significó un espacio cardinal en la historia de la cultura cubana. Los intelectuales y los artistas siempre se han unido; no olvidemos las famosas tertulias de Domingo del Monte en el siglo xix, y el Grupo Minorista y Orígenes en el siglo xx. Nuestro Tiempo agrupó a un grupo de intelectuales y artistas unidos bajo un proyecto claramente político: la oposición a la política cultural de la dictadura de Fulgencio Batista, que no era otra que la política cultural de la embajada norteamericana. En esta sociedad cultural se unieron intelectuales y artistas de izquierda, hombres de mentalidad progresista, de avanzada, que probablemente era la mayoría.1
Entonces empezó su vínculo con el cine:
En la sección de cine se discutía mucho. Nuestra sección no era como las demás; no había creadores porque era imposible hacer una película, hasta que se nos ocurrió, con un esfuerzo extraordinario, filmar El Mégano, aquel documental que fue secuestrado por la policía. A Nuestro Tiempo pertenecimos, entre otros, Alfredo Guevara, Tomás Gutiérrez Alea, Julio García Espinosa y yo, junto a otros compañeros que hacían críticas de cine. Santiago Álvarez era nada más y nada menos que el tesorero de Nuestro Tiempo. Estábamos impregnados de todo ese espíritu de creación y también de frustración, porque, claro, no hacíamos películas ni queríamos hacerlas en aquel medio, no queríamos contaminarnos con aquel cine lamentablemente mimético y comercial que predominaba entonces.2
Aunque fue poeta, ensayista e investigador, Jose Massip se sentía (y era), sobre todo, un cineasta, con una descomunal cultura que le permitía con su voz baja y clara hablar de un tema varios minutos sin parar.
En su filmografía se cuentan varios documentales, entre ellos, ¿Por qué nació el Ejército Rebelde? (1960); Los tiempos del joven Martí (1960), que comenzó clandestinamente en 1956; Historia de un ballet (Suite Yoruba) (1962); y Homenaje a Amílcar Cabral (1980); así como las obras de ficción La decisión (1965), Páginas del diario de José Martí (1972) y Baraguá (1986).
Este realizador obtuvo varios lauros por sus filmes, pero destaca el Gran Premio Paloma de Oro, del Festival Internacional de Cine Documental y Cortometraje de Leipzig, RDA, en 1962, por Historia de un ballet.
Massip fue un hombre que no se vanagloriaba de su historia, tuvo una actividad internacionalista: “Mi experiencia en África, la vida en la guerra junto a otros compañeros, como el camarógrafo internacionalista Delvis Pastor Espinosa, fue una experiencia muy intensa. Por ello, la llevé al cine mediante la realización de varios documentales, y también a la literatura, al escribir el libro Los días del Kankouran”.
El cineasta, primer presidente de la Asociación de Cine, Radio y Televisión de la UNEAC, consideraba:
La experiencia de Nuestro Tiempo me ayudó mucho, sobre todo la experiencia editorial de la revista para hacer un trabajo colectivo, hicimos entonces muchas cosas que molestaron a mucha gente, porque eran cosas nuevas, inéditas. El nuevo cine cubano molestó a alguna gente y lo que hicimos allí también molestó. Desde esta sección creamos un movimiento fuerte dentro de la UNEAC: creamos los festivales de cine, radio y televisión; intercambiamos experiencias con los cineastas de los países socialistas, nuestros creadores tuvieron la posibilidad de visitar esos países y participar en sus festivales; se creó el premio Caracol que fortaleció la unión entre los cineastas y los creadores de la radio y de la televisión, unión que no había existido antes. Recuerdo a dos cineastas de primera, grandes amigos míos, desafortunadamente ya desaparecidos: Manuel Octavio Gómez y Octavio Cortázar, que fueron muy entusiastas, al igual que Santiago Álvarez. En una ocasión, sentados en uno de aquellos bancos del patio de la UNEAC, conversábamos acerca del nombre que le daríamos a un concurso en preparación, y recuerdo que fue a Manuel Octavio Gómez a quien se le ocurrió que debíamos llamarle Caracol, porque los siboneyes usaban el caracol para comunicarse. Octavio Cortázar redactó las bases del concurso.3
Su filme Baraguá fue y es polémico.
Hay críticos que me han objetado mucho el carácter didáctico de la película, pero realmente eso era lo que yo estaba persiguiendo. Quizás debía haber utilizado más los recursos que entonces creía dominar, darles más vitalidad a los protagonistas reales de aquel momento, por eso escogí la parte final, la de los dos últimos años, para poder ver todo aquel problema, aquel conjunto de contradicciones que existen en todas las revoluciones, pero que se acentúan en este caso, en esta experiencia primogénita, más que en otro cualquier momento, y que era necesario conocer aquello que no se conocía lo suficiente en mi opinión y probablemente ahora se conozca menos, desgraciadamente, desafortunadamente.4
Con una papelería dispersa publicada, vale la pena adentrarse en el bagaje teórico de un hombre con una amplia cultura y que aportaba criterios muy interesantes:
“El desarrollo capitalista sobre todo ha hecho una división artificial entre video y el cine que conocemos como tal, como si fueran cosas distintas cuando en esencia son artes icónicos cinéticos. Icónicos porque reflejan las cosas aparentemente como son, cinéticos porque las cosas como son, son en movimiento, de ahí que la representación más cercana a la realidad sea la del arte audiovisual”5.
Aristóteles, cuya tesis sobre el arte era que este es la imitación de la vida, se sentiría muy complacido por conocer el arte audiovisual, el más persuasivo de todos, se puede decir, porque logra la identificación de la percepción del sujeto con los elementos que hay en el objeto. Por ejemplo, los personajes, los personajes que son de ficción, que no son reales, un gran teórico les llama fantasmas. Son fantasmas, pero con las características representativas del ser humano. El preceptor no entrenado lo ve como una reproducción de su propio ego, hay como una especie de transferencia de maneras de conducta, maneras de pensamiento del personaje ficticio y las situaciones ficticias que caracterizan al cine de ficción, de ahí que yo le dé una gran importancia al cine documental, aunque el cine de ficción también tenga esas propiedades, no solo de transferencia de las que ha hablado, del ego ficticio al ego real, si no la facultad de enriquecer el espíritu y la inteligencia de la gente, de poder desentrañar los mensajes, las ideas ocultas que existen en el cine, sobre todo en el cine de ficción.6
Entre otros galardones, José Massip mereció el Premio Nacional de Cine en 2012, la Distinción Por la Cultura Nacional, la Réplica del Machete Mambí de Máximo Gómez y el Premio Caracol por la Obra de Toda una Vida en el 2003.
Habanero por nacimiento y orgullo, José Massip cumpliría 95 años este 28 de junio. Recordémoslo revisitando su obra, tan amplia y polémica como suele ser todo acto creativo de un filósofo.
Referencias bibliográficas:
1 Feraudy, H. Murió José Massip: "El poeta me llevó al cineasta". Recuperado de http://www.cubadebate.cu/noticias/2014/02/09/murio-jose-massip-el-poeta-me-llevo-al-cineasta/
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