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Paco Prats: Elogio de la sencillez
La última vez que hablé con Paco Prats fue cuando le entregaron la réplica del machete de Máximo Gómez, en 2019. El viejo Paco estaba eufórico con su machete. Poco después, en 2020, fue ganador del Premio Nacional de Cine, y por esas cosas de la vida que nadie se puede explicar me demoré demasiado en felicitarlo, y finalmente Paco se marchó antes de que yo lo pudiera congratular personalmente. Lo estoy haciendo ahora, cuando ya diversos medios han rememorado por estos días todo lo que Paco Prats hizo por y para el cine de animación cubano.
Aunque no fundó el Departamento de Animación del ICAIC en 1960, porque llegó a la institución unos años más tarde, en 1963, desde mediados de la década del 60 pocas animaciones dejaron de estar a su cargo como productor. Paco creció profesionalmente a la par de los grandes realizadores del dibujo animado cubano, pero también junto con esas otras grandes figuras casi anónimas del gremio. Participó en la mayoría de los más destacados filmes cubanos de animación: Un sueño en el parque (1965), La frontera (1967), Una aventura de Elpidio Valdés (1974), Elpidio Valdés (1979, y primer largometraje cubano de animación), El bohío (1984) y el imperecedero ¡Vampiros en La Habana! (1985), sin olvidar los Filminutos, los Quinoscopios y la saga de El negrito cimarrón. La historia del animado cubano se pudiera llamar con toda justicia Paco Prats.
Paco era una persona sencilla y modesta en extremo, sobre todo si se tiene en cuenta su vasta y brillante obra. Para él lo más importante era la sensibilidad y la calidad estéticas, o lo que es igual, el nivel artístico en sus producciones. Para él, el director del filme era el héroe de su producción, el que se merecía toda la gloria. No le faltaba razón, en parte, pero sabía también que sin productor no hay filme. Paco lograba establecer buena química con su equipo y en especial con los directores con quienes trabajó. Fue muy amigo de Juan Padrón, a quien llamaba Padroncito (apelativo de Juan Padrón en los años 70).
En una ocasión, Paco me relató una curiosa anécdota sobre Padroncito en la que se evidencia su admiración por aquel como persona. Estando ambos en España trabajando en una coproducción, cierta noche, de regreso al hotel donde se hospedaban, en un penumbroso callejón madrileño se toparon con un grupo de jóvenes con aspecto de hooligans pendencieros que pronto los rodearon amenazadoramente. Padroncito y Paco se quedaron petrificados en el centro de aquel espeluznante ruedo. De repente, Juan Padron se puso a bailar flamenco —o su versión “elpidiovaldesana” de baile flamenco—, a dar palmadas y a cantar. Los maleantes se detuvieron en seco, estupefactos. Cuenta Paco que finalmente él también reaccionó y se fue dando tímidas y apenas audibles palmaditas detrás de Padrón, que se abría paso a través de los hooligans. Ya en la esquina doblaron en dirección al hotel, siempre cantando y bailando para luego echarse a correr y escapar de aquella situación.
La anécdota es graciosa, pero también reveladora. En ella hay una metáfora del papel del productor de cine de autor que Paco Prats fue. Él confiaba en la inspiración de sus directores y apoyaba sus ideas hasta llevarlas a feliz término, justo como hizo en aquella ocasión en una oscura callejuela madrileña.
Gracias, Paco Prats, por todo lo que nos has dado. Que mi abrazo y mi admiración lleguen hasta ti, donde ahora estés.
(Tomado de Cartelera Cine y Video, no. 179)