Fotograma de "Entre nosotras"

Quienes queramos ser

Mié, 07/21/2021

Acaso por nuestra cultura machista acogida en grandes cuotas también por algunas mujeres de familias y hasta solteras, los hombres —jóvenes y veteranos— que vemos reunirse cada cierto tiempo colindante dan de qué hablar. Lo que se asociaba antes a la amistad pronto adquiere a ojos vistas de determinados espectadores del barrio o del centro laboral una intimidad preocupante para la moralina de unos cuantos. Aunque —se diría— “es que es la costumbre o moda del presente”. 

La amistad y el amor entre dos hombres siguen provocando más en nuestro contexto que entre dos mujeres. Una relación entre chicas tiende a ser materia de chismografía local si, estando casadas, uno de los esposos o media naranja “pública” las sorprende en el acto.

Deux o Entre nosotras (2020), la ópera prima del director italiano radicado en Francia Filippo Meneghetti, de alguna manera corrobora lo anterior sin el añadido del esposo que se entera de que es cornudo. Sin embargo, la sorpresa llega en el momento más inesperado para la familia de ambas. Nina (Barbara Sukowa) y Madeleine (Martine Chevallier) son vecinas y confidentes desde hace años. Ello le permitió iniciar y continuar un romance sincero y ya imprescindible para ambas. 

Sin hacer un espectáculo argumental donde se esconde el quid del conflicto, el cineasta trama, no obstante, un suspenso en una historia de amor. Es maravilloso la atmósfera misteriosa de los inicios de la película e incluso la colocación de la escena onírica cuando todavía uno no se percata de qué está pasando en Entre nosotras.

Teniendo en cuenta lo desprejuiciado del cine europeo, sobre todo el francés, Meneghetti apuesta en grande no solo por las dos actrices principales, sino por abordar sin tabúes la relación homosexual en la tercera edad. Ha habido como un arrebato por celebrar en el cine las ventajas de la juventud y todo lo que implica estar en esa etapa, que al espectador contemporáneo le puede costar doble esfuerzo sentarse a ver a dos mujeres maduras que se gozan a plenitud. Esto no quiere decir que aquí se expondrá sin necesidad escenas sexuales explícitas o simuladas. Sin el ánimo de incurrir en el ridículo y no porque se menosprecie el desnudo corporal de sus personajes, el cineasta se las ingenia para sugerir más con tratos y miradas. Lo otro pudiera ser de una redundancia de mal gusto.

Más allá de que se descubra la relación de estas dos mujeres, el relato saca a relucir casi como algo en apariencia secundario el tema de la autocensura secundada por la doble representación. El personaje de Madeleine, por ejemplo, es una ante su familia y otra cuando tiene los encuentros con su amante. Pero para que el peso de la persona que se limita por lo que puedan pensar de ella no recaiga únicamente en Madeleine, la trama se concentra al instante y adrede en Nina. Por si fuera poco, los familiares establecen su visión del asunto en lo que deviene retozo dramático de ambigüedades. ¿A quién le toca apostar y perder a la vez más por la relación? Esto no está inserto a la ligera. En un momento una de ellas le plantea a la otra dejar un poco las cosas atrás y salvar lo que ambas tienen, pues en otro lugar podrán serán como quieran ser, sin los reclamos de otros, aunque con el peso del pasado porque es un romance de años.

Algunos tal vez le reclamen más emoción a esta historia que es, en honor a la verdad, un tanto moderada. Mas, es de una moderación elegante, al ritmo de sus protagonistas y demás personajes, como el de la celosa y no prejuiciosa Léa Drucker. Mucho ojo con la hija que interpreta esta actriz.

Luego de ver recientemente Retrato de una mujer en llamas (Céline Sciamma, 2019) y Un amor secreto (Chris Bolan, 2020), sumo a mi lista de grandes amores cinematográficos el de Nina y Madeleine.