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Siete muertes a plazo fijo: cuando el cine cubano fue policiaco
Entre los filmes cubanos, anteriores a 1959, que intentaron cimentar una cierta tradición cinematográfica de calidad media, aparece en lugar destacado Siete muertes a plazo fijo, que sobresalió en una época marcada por las comedias vernáculas y de enredos costumbristas. Porque se trataba, según el crítico y estudioso José Manuel Valdés Rodríguez, de “una película de rango modesto, bien realizada. Y eso ya es bastante”.
Con una duración estándar (90 minutos) el guion y la edición consiguen narrar, solventemente, una historia de corte criminal y policiaco, con un fondo burlesco y de humor negro. Todo se desarrolla durante una noche de fin de año, cuando varias personas son sorprendidas por la irrupción de Siete caras, un delincuente que intenta eludir la persecución policial. También aparece de pronto un astrólogo que vaticina la muerte a siete de ellos. Luego, los hechos se desencadenan de forma tal que parecen garantizar el cumplimiento de la predicción, hasta que se descubre la identidad del demente inventor de la intriga.
Dirigida en 1950 por Manuel Alonso (cuyo primer largometraje había sido Hitler soy yo), con guion de Antonio Ortega y Anita Arroyo, la producción corrió a cargo de José González Regueral (de Producciones Manuel Alonso S.A.), y se rodó mayormente en interiores, construidos en Nacional-Alonso, estudios que consistían en unas naves erigidas en las esquinas de Estrella y Plasencia.
Además de las virtudes asociadas al modo fluido en que está contada la historia, el filme cuenta con las interpretaciones de uno de los mejores elencos posibles a principios de los años cincuenta: Eduardo Casado (el banquero), Raquel Revuelta (en su primer desempeño cinematográfico como la esposa del banquero), Alejandro Lugo (Siete Caras), Rosendo Rosell (reportero de policiales), Juan José Martínez Casado (detective), Maritza Rosales (la bailarina) y Pedro Segarra (Padre Manuel), entre otros.
Y si bien se logró eludir el tono de comedia populachera que dominaba la mayor parte de nuestra cine en aquel momento, la producción y el realizador no quisieron desmarcarse de los imprescindibles números musicales, que aquí resultan más digresivos que nunca, independientemente de la calidad de las composiciones de Osvaldo Farrés. Se utilizan de su autoría las piezas “Historia del ritmo” (escenificada por casi un centenar de personas, entre coristas, modelos y bailarines) y el ballet breve “Shá…!” además de las canciones “Ten paciencia”, y “Tic-tac”.
Para Don Galaor, de la revista Bohemia, esta es “una película que honra al cine cubano. Por primera vez asistimos a la producción de una película de alto costo concebida desde un punto de vista de prestigio internacional y realizada con todo lo necesario para alcanzar un nivel técnico y artístico que ponga a nuestra cinematografía a la altura de la actualidad del mundo entero”.
En el diario Hoy, órgano del Partido Socialista Popular, escribió Mirta Aguirre, usualmente muy crítica del cine nacional: “Manolo Alonso ha garantizado a Siete muertes a plazo fijo dos aspectos esencialísimos de los cuales, en cine, depende casi todo: la fotografía, para la cual utilizó a Hugo Chiesa, el artista suizo-argentino laureado en el último Festival de Cannes, y el corte, encomendado a Mario González, el notable editor cubano, ganador en México del premio Ariel 1949. Bien fotografiada, admirablemente cortada y dirigida con acierto, realizada sobre un tema sin limitaciones localistas, Siete muertes a plazo fijo es la primera película cubana que podrá salir de nuestro país en condiciones de atraer el interés de públicos extranjeros y con oportunidades de recogida de una estimulante cosecha crítica”.
A pesar de que esta película constituye uno de los ejemplos a la mano para quienes insisten en elogiar los logros del cine anterior a 1959, también representa el control absoluto de Manuel Alonso sobre la incipiente industria nacional, pues controlaba no solo el laboratorio y el principal estudio de filmación, sino también la mayor parte del equipamiento de que se disponía. Los demás productores estaban obligados a contratar la unidad técnica de Alonso, sus estudios y equipamientos. Según cuentan quienes lo conocieron, él no pasaba de ser un autócrata monopolista, con algún talento para la realización pero sus móviles no eran altruistas ni artísticos.
En el decenio de los cincuenta, los más logrados intentos cinematográficos corresponden a este director, que fue también creador del primer dibujo animado cubano (Napoleón, el faraón de los sinsabores, 1937), periodista, productor y empresario de noticieros hasta que logró controlar la mayor parte de la producción cinematográfica nacional y vincularse con altos personajes del régimen batistiano. Así, dirigió Siete muertes a plazo fijo y la posterior Casta de roble (1954).