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Soy víctima de abuso sexual, pero todo está bien
En 2003, la realizadora alemana Maren Ade hizo su debut cinematográfico con The Forest of the Trees, una comedia dramática de muy bajo presupuesto, pero que ya contenía en germen las líneas estilísticas de Toni Erdmann (2016), una de las cintas más aclamadas de la década. Quince años después, la joven Eva Trovisch lanza su ópera prima con un esquema productivo similar, y el mismo estilo de una cámara en mano observadora y confidente. Ambas se formaron en la Escuela de Berlín, un sitio que ha fomentado la práctica de presentar conflictos de alto contenido político y social en la pantalla grande. Christian Petzold, uno de sus más célebres representantes, se ha encargado de problematizar el pasado reciente de una Alemania cruelmente dividida. En cambio, tanto Maren Ade como ahora Eva Trovisch se vuelcan hacia los dramas del presente. En el caso de esta última, con la cinta Todo va bien (Alles Ist Gut, 2018), se interna en los laberintos del acoso y el abuso sexual y sus secuelas, tema que fue objeto de gran atención mediática luego del lanzamiento de la campaña Me Too en 2017. El filme tuvo una excelente acogida en el Festival de Cine de Locarno, y un poco después fue adquirida por la plataforma Netflix.
La cámara no se separa de Janne, una joven emprendedora que había lanzado una pequeña editorial literaria con su novio Piet, pero en el momento inicial del filme el negocio ha caído en bancarrota. Dos sucesos importantes transcurren en la segunda secuencia: el reencuentro con Robert, un antiguo amigo que le ofrece trabajo en la importante editorial que dirige en Múnich; y la presentación de Martin, el cuñado de Robert, quien termina violándola luego de una noche de copas en una fiesta de excompañeros de clases.
En este punto, el filme propone la tesis acerca de cómo una mujer debe lidiar con un hecho traumático en una sociedad patriarcal. No obstante, la directora no quiere presentar el típico argumento en que los personajes masculinos lucen como animales devoradores y los femeninos como presas. Ella prefiere imaginar un escenario diferente, en el cual las mujeres puedan ser queridas u odiadas, y donde los hombres lleven su cuota de victimización. Janne decide no contarle a nadie lo sucedido. Cree que el escándalo desencadenaría una serie de efectos negativos para su vida personal (con su novio, su familia, sus amigos) y también profesional (porque el lazo de unión entre Martin y Robert pondría en riesgo su futuro puesto laboral).
Ya desde la reacción de Janne en la escena de la violación es posible intuir esa decisión de no enfrentar la circunstancia ni dar crédito a los hechos en términos de criminalidad. Sin embargo, el trauma emerge de forma sutil, dañando todas sus relaciones sociales. En ese sentido, el filme apuesta por presentar el efecto horroroso de un abuso sexual desde el plano subjetivo. No se pretende justicia en la diégesis, no hay final feliz donde los espectadores evacúen su incomodidad frente a los hechos.
Por el contrario, Trovisch entrega una obra abierta, confiada de que las incertidumbres y la irresolución de la trama germinarán en una reflexión acerca de la sociedad contemporánea y sus instituciones, su poder político, sus formas de gobierno, y principalmente, sobre su sentido de justicia. La autora propone un debate que permite desentrañar si vale la pena guardar silencio en casos como el de Janne, incluso, cuando el sistema social te invite a creer que no es necesaria la denuncia o que las consecuencias pueden ser más traumáticas que el propio silencio; un debate, al fin y al cabo, que permita pensar si vale la pena creer que “todo está bien”, como indica de forma sarcástica el título del filme.
(Tomado de Cartelera Cine y Video, no. 178)