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“Thelma y Louise”: a tres décadas del viaje definitivo
Ridley Scott demostró muchas veces su capacidad para hacer una película magistral en cada género o subgénero que trabajaba: revolucionó el horror con Alien (1979), la ciencia ficción con Blade Runner (1982) y la road movie con Thelma y Louise (1991), sin contar sus memorables incursiones en el cine de acción y aventura, en variante péplums con Gladiador (2000) y más orientado a lo bélico en Black Hawk Down (2001).
A pesar de contar con un director muy notable, muchos aseguran, y yo estoy de acuerdo, que la trascendencia de Thelma y Louise tiene que ver, mayormente, con el guion de Callie Khouri y su capacidad para crear personajes memorables como las protagonistas, dos mujeres muy diferentes que intentan pasar unas breves vacaciones, sin hombres, en la montaña. Louise se ve obligada a dispararle a un energúmeno para impedir que violen a Thelma en un parqueo, y luego ambas se ven envueltas en una cadena de inevitables delitos, en medio del intento desenfrenado por fugarse a México.
Además de presentar a dos mujeres capaces de abandonar su papel pasivo y de enfrentar la violencia masculina, y luego asumir un viaje definitivo hacia la emancipación, el guion de Callie Khouri presenta una serie de personajes masculinos que confirman el contenido abiertamente feminista de la película, en una época en que Hollywood, símbolo del imaginario colectivo norteamericano, estaba dominado por un machismo injurioso cuyos principales emblemas provenían de las musculaturas, y la violencia, impuestas por Arnold Schwarzenegger o Sylvester Stallone e, incluso, en menor medida, Bruce Willis o Harrison Ford.
Para subrayar la necesidad de liberación, y de una porción de equidad para las dos protagonistas, parecía necesario recalcar las falencias de todos esos seres abusadores y groseros como el marido de Thelma, un déspota presuntuoso e insensible, evaluado por su esposa como un hombre que jamás la dejaba hacer nada divertido. Otro de los engendros machistas que presenta el filme, tal vez el peor, es el conquistador zafio, fauna típica de un bar de carretera, que intenta violar a Thelma y se comporta todo el tiempo como una bestia lujuriosa, alguien que justifica la amenaza de Louise: “Déjala en paz, pedazo de comemierda, o te reviento tu cara de cerdo”.
Hay otros tres desalmados con los que tienen que lidiar las dos mujeres en fuga. Está el seductor autoestopista que interpreta un jovencísimo Brad Pitt (es muy fácil odiar a los otros machistas que el filme presenta), quien, a pesar de su angelical apariencia, resulta ser un miserable, mentiroso y ladrón, que se aprovecha de las necesidades eróticas de Thelma y viene a ser algo así como una versión masculina de la prostituta más deshonesta.
Además, está el jefe del grupo del FBI, definido en una sola frase que le dice al marido de Thelma: “Cuando ella llame por teléfono, haga como si se alegrara de oírla, esas estupideces les encantan a las mujeres”. Y la guinda en el pastel: el camionero con el que coinciden tres veces en su viaje por carretera, que sin falta les “regala” procacidades y gestos obscenos que ellas dos nunca provocaron. Por eso el espectador siente como un acto de justicia cuando Louise le exige que les pida perdón, y ante la insistencia en la grosería y el acoso, ellas explotan el camión con combustible que él conducía y lo dejan maldiciendo en medio de la nada.
Hay dos personajes que significan sendas variaciones en este marcado interés de la guionista por presentar la masculinidad en sus facetas más negativas. El primero es el músico que interpreta Michael Madsen, que es pareja de Louise, y dimana cierto aire protector y tierno, aunque cuando ella debe evaluarlo asegura, completamente convencida, que él es igual que todos los demás hombres, pero que le encanta ir detrás de las mujeres. Y finalmente está el comisario de policía de Arkansas, interpretado por Harvey Keitel, que intenta atrapar a las mujeres, pero trata de impedir la tragedia final porque ha comprendido que ellas son mucho más víctimas que culpables. En algún momento el personaje declara, como para sí mismo, y colocándose inconscientemente en la panda de machistas abusadores: “¿Cuántas veces tendremos que joder a estas dos mujeres?”.
Por supuesto que el filme estuvo muchas veces a punto de no ver la luz, por su tratamiento vertical, sin ambages, de la discriminación y el abuso, y luego de ser producido y estrenado provocó una intensa polémica en Estados Unidos. La discusión se sostenía básicamente en el hecho de que las dos heroínas intentaban salir de la situación sin salida en que se encontraban mediante la comisión de delitos, el uso de armas y el ejercicio de la misma violencia, que simplemente cambiaba de manos e intención.
Independientemente de las polémicas, el filme consiguió atraer la atención de muchos espectadores y profesionales, sociólogos y psicólogos, sobre la dicotomía machismo/feminismo desde la relevancia cinematográfica que le otorgaba su concomitancia con la iconografía del oeste, el cine criminal y el de acción y aventuras, en confluencia con la tipología del melodrama femenino, e incluso de las llamadas buddy movies o película de compinches, y así aparecían estas dos mujeres protagonizando géneros tradicionalmente masculinos.
Thelma y Louise es, también, uno de los filmes avanzados dentro de la tendencia intergenérica del cine norteamericano en los años ochenta, noventa y posteriores, y así vemos que los cuatro géneros mencionados, es decir, melodrama femenino, cine criminal (policiaco), oeste y cine de acción y aventuras (en vertiente road movie) se confirman y superponen, a lo largo de toda la trama, mediante una serie de situaciones dramáticas cuya apelación al espectador se redondea con la música de Hans Zimmer, las impresionantes panorámicas de Adrian Biddle, y el montaje de Thom Noble, a lo largo de los paisajes de Arkansas, Oklahoma y Arizona, y la insistencia en imágenes como la carretera, las gasolineras, los moteles y el Ford Thunderbird 1966 descapotable y en movimiento. En Arizona culmina la escapada y la persecución, justo a orillas del simbólico Gran Cañón del Colorado.
Para reforzar las alusiones explícitas a la cultura norteamericana, se introducen canciones de rock y country como Little Honey (Kelly Willis), que se escucha de fondo en el restaurante donde Louise trabaja; Tennesse Plates ocupa el espacio del saloon donde las dos heroínas se detienen a pasarla bien; The Way You Do The Things You Do (The Temptations) las acompaña en la radio del auto; y I Can See Clearly Now (Johnny Nash) suena en la walkman de un ciclista. La última canción de la película es Better Not Look Down, de B. B. King, que las dos mujeres escuchan cuando encuentran al camionero por tercera vez.
La guionista Callie Khouri colaboró estrechamente con Ridley Scott durante la preproducción, participó en la elección de los actores y estuvo presente durante el rodaje, y así pudo compartir ideas con Ridley Scott, quien había realizado antes una película (Alien) con una actriz (Sigourney Weaver) en un papel que tradicionalmente hubiera interpretado un hombre. Guionista y director defendieron contra viento y marea la escena final que algunos interpretan como la liberación final de las dos mujeres, o como la resignación de ambas a un final trágico coherente con su condición de víctimas.
El 15 de junio se celebraron los 30 años de esta película extraordinaria, cuyo impacto trascendió a lo largo de muchos años después de que alcanzara el premio Óscar y el Globo de Oro al mejor guion (además de varias nominaciones para las actrices, el director, el fotógrafo y el editor), la Espiga de Oro en el Festival de Valladolid, la nominación al premio César como mejor película extranjera, y la inclusión, en 2016, en el National Film Registry por su valor cultural e histórico. Que tampoco son muchas las películas que celebran treinta años de vida ubicadas en la más completa vigencia.