NOTICIA
Todo el mundo al servicio del actor
El actor, esa pieza clave en el alcance expresivo de una obra de teatro, cine o televisión, fue la mayor fuente de inspiración y experimentación artística del cineasta Pastor Vega a lo largo de una filmografía que comprendió seis largometrajes de ficción, en todos y cada uno de los cuales se propuso lograr ese momento único de autenticidad en la mirada, el gesto o los diálogos de sus personajes.
Sin duda influenciado por su formación teatral en el icónico Teatro Estudio dirigido por Raquel y Vicente Revuelta, Pastor se propuso encontrar como realizador en el cine la misma verdad que como actor le habían enseñado a transmitir en las tablas, y fue así que elaboró toda una teoría de la puesta en escena cinematográfica que priorizaba la presencia humana por encima de cualquier artilugio técnico o narrativo.
En dos títulos en particular consiguió plasmar estos conceptos creativos en su mejor expresión: Retrato de Teresa (1979) y Las profecías de Amanda (1999). En ambos contó con la complicidad de la actriz Daisy Granados ―su esposa y madre de sus hijos― y el actor Adolfo Lauradó, intérpretes con los que formó el equipo director-actores más asiduo y notorio del cine cubano, a cuya filmografía conjunta se sumaron también Habanera (1984) y Amor en campo minado (1987).
Más allá de sus películas, fue ese interés y vocación de conocimiento por la naturaleza humana lo que le permitió sustituir a un paradigma de relaciones públicas como Saúl Yelín al frente de las Relaciones Internacionales del ICAIC, o dirigir durante sus primeros doce años de consolidación el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, entre otras responsabilidades institucionales que alternó con su labor artística. Pocos directores se llevaron tan bien como él incluso con los (sus) críticos, apuntó en cierta ocasión el periodista Joel del Río.
Por ello su partida física el 2 de junio de 2005 fue una noticia profundamente sentida tanto en el ámbito nacional como internacional. Con su donaire de dandy tropical ―el actor que nunca dejó de ser―, filmó, escribió, enseñó y polemizó con sólidos criterios artísticos y culturales y en defensa permanente de una identidad propia. Su voz será siempre recordada junto con la cautivante sonrisa que muchas veces la acompañaba.