NOTICIA
Un México insurgente
Hari Sama ha dado el salto más importante en lo que va de su carrera como realizador. Si anteriormente sus ficciones y documentales (El sueño de Lú, 2011; Despertar del polvo, 2013; o Sunka Raku, 2015, por solo citar los más conocidos) habían polarizado las recepciones de la crítica y el público, su más reciente filme ha vuelto a incentivar el debate, esta vez con la certidumbre de que ahora sí —y con creces— ha logrado la madurez artística. No es para menos: Esto no es Berlín (2019) es lo más cercano a una lección de buen cine y con seguridad estará entre las mejores películas del cine mexicano actual.
En el México de 1986, la Copa Mundial de Fútbol es el acontecimiento más importante de la época, pero también la contracultura, con sus focos de influencia en Nueva York, Madrid y sobre todo Berlín, asumidos, en este caso, por el universo juvenil del país azteca como un estandarte para desarrollar sus apetencias artísticas, políticas, sociales e individuales con un distintivo sabor local. Entre batallas contra la homofobia, el consumo de drogas y la adrenalina hormonal de adolescentes con sed de libertad, desenfreno sexual y muchas ganas de conquistar el mundo, la irreverencia y la postura contestataria están a la orden del día. Quiérase o no, todo aquí es políticamente correcto.
Por los caminos de los comming-of-age movies desanda el sello telúrico de esta cinta que atrapará al espectador desde las primeras escenas. Esto no es Berlín vibra por el encanto de su narrativa performática que, en tanto nos ilustra las complejidades de ese pasado, somete a prueba los valores de la condición humana. Con un guion escrito a seis manos (Rodrigo Ordóñez, Max Zunino y el propio Sama), la vitalidad absorbente del relato se inspira en las experiencias personales de vida del director —algo muy frecuente en su estilo—, dotándole de un marcado sello autobiográfico. El reparto cuenta con las actuaciones muy bien logradas de Xabiani Ponce de León y José Antonio Toledano como protagonistas, Ximena Romo, Mauro Sánchez Navarro, Klaudia García, Marina de Tavira (ya conocida por el público cubano por su actuación en Roma, lo que le valiera una nominación al Oscar) y la del propio director.
Resalta por su eficacia el gesto testimonial de una trama febril, que nos retrotrae a los convulsos años ochenta mexicanos, sorteando con holgura las manquedades del artificio en su representación epocal. De esa manera consigue un equilibrio estético y narrativo que no tiene desperdicio. Eso sí, la osadía de Sama prefirió llegar a puerto seguro con un aprendizaje aristotélico bien afinado, sin muchos resquicios a la experimentación rugosa ni a sobresaltos inesperados en sus curvas dramáticas. Sinceramente, no lo necesitaba. Digamos que es uno de esos directores que, entre el rigor de estilo y la intensidad emocional que le imprime a su historia, consigue posicionarse justo en el punto medio. A lo anterior se suma una fotografía amparada en una dirección de arte impecable, además de un elenco que demuestra lo acertado de su selección.
Le doy mi nota: de 5, un 4 y medio. Quedo con un pie atrás a propósito de su final. Para una generación que aportó el polvorín necesario para la sacudida social, todo gesto de orgullo resulta válido. Pero mostrado de la forma en que lo hace en sus últimos minutos, no dejo de pensar en cuánto suena todo eso a pitillos de panfleto. Hasta ahí marchaba bien la lucidez con que se nos contaba la impronta de este inflamable manifiesto juvenil de época, que estalla en pleno rostro del espectador como un cóctel molotov.
Que México no fue Berlín, eso nos queda clarísimo: como todo buen chile que se precie, le aportó el sabor ideal, bien picante, para cocinar su propia salsa. Diría yo, demasiado.
(Tomado de Cartelera Cine y Video, nro. 175)