NOTICIA
Un recital para la identidad
Ópera prima de la chilena María Paz González, selección oficial en Mar del Plata, el filme Lina de Lima ha tenido un gran éxito en prestigiosos certámenes de la región y recibió entre otros el premio a la mejor actriz en el Festival de Cine de Chile y a la mejor película iberoamericana en el de Miami.
La protagonista, como muchas otras mujeres peruanas inmigrantes en Chile —país con el cual, se sabe, Perú sostiene complejas relaciones de amor-odio—, apoya a su familia trabajando en Santiago. Mientras prepara su viaje anual de Navidad para ver a su hijo, se da cuenta de que él ya no la necesita como antes, por lo que comienza otro viaje de exploración de su propia identidad.
De ello va el filme Lina de Lima, estrenado recientemente en el espacio De Nuestra América es la primera experiencia en la ficción de la cineasta María Paz González, quien ya tiene currículo como documentalista en títulos como La hija (2012), vista en el festival habanero, y en el que rastreaba también la búsqueda de las raíces personales e identitarias a partir de una relación materno-filial y del viaje como detonante dramático.
En Lina…, la directora no abandona totalmente las claves del documental y abraza una estructura narrativa que escapa de los códigos aristotélicos. Su texto fílmico se estructura sobre escenas aparentemente inconexas, sin un hilo lineal o consecutivo en el discurso, algo que puede desconcertar a espectadores que busquen una continuidad al uso, pero esa misma armazón tiene que ver con el concepto que rige la diégesis en cuanto a focalizar un presente perpetuo, la reinvención constante de una vida que se construye en tierra ajena.
Bien analizadas las propuestas semánticas del filme, este acerca una visión optimista y hasta festiva de la emigración como segunda oportunidad de vida, alejada de los sufrimientos, fatigas y sinsabores con que generalmente se aborda el recurrente tema. Sin que idealice los complejos procesos migratorios, desarraigo y sacrificio incluidos, Paz González discursa sobre el lado positivo, la posibilidad del éxito y la superación de los obstáculos.
Para ello elige lo que llama “dramedia”, mezcla de comedia y drama con un importante componente lúdico, incluyendo lo musical, en tanto referente identitario que refuerza las peripecias de la protagonista, quien canaliza mediante lances eróticos casuales la preocupación por su propio cuerpo y el disfrute del azar, los abismos geográficos y la evidente indiferencia del hijo, en una relación en la que traslucen agudas diferencias generacionales y culturales (por ejemplo, en la interacción con la tecnología y el uso de las redes sociales).
La música, entonces, desempeña un rol esencial en el desarrollo del relato, muy vinculada con su plasmación coreográfica y audiovisual, que presupone también un cruce de lenguajes, cine dentro del cine, y, en consonancia con los presupuestos conceptuales del filme, proyectada también con un matiz irónico, pues en la inclusión del folclórico pop, la cursilería navideña y hasta de piezas en quechua se desliza una intencionalidad de aterrizar en el pastiche y el emplazamiento paródico de lo kitch y estereotipado.
Buena parte del éxito que ha cultivado este original filme se debe a la actuación centrada, expresiva y desenfadada de Magaly Solier, a quien admiramos desde su debut hace unos años en la premiada —y a mi juicio sobrestimada— La teta asustada (2009). Justamente reconocida, la actriz y cantante peruana dota a su personaje de sugerentes claroscuros, bien seguida por sus compañeros de reparto.
(Tomado de Cartelera Cine y Video, no. 183)