NOTICIA
Una sardina entre tiburones
El dilema de Rosina (Romina Betancour) es que parece no encajar en ninguna parte. En plena adolescencia ya ha aprendido a amurallarse en su propia soledad, pues a su alrededor todo se muestra confuso. Su escasa experiencia de vida se resume a lidiar, de una forma bastante estoica, con los improperios de la hermana mayor, las incomprensiones de una madre que intenta sobrellevar la insolvencia económica de un modo poco ortodoxo y la obligación de ayudar al padre en el pequeño negocio familiar.
Ni siquiera puede jactarse, como lo hacen sus amigas, de las aventuras eróticas con novios, mientras a escondidas se fuman porros y se revelan los detalles del descubrimiento sexual, con la soltura y crudeza del lenguaje juvenil. El retraimiento de Rosina aflora de una vergüenza camuflada, es el efecto de su impericia que se transforma en torpeza cuando, por fin, le llega su turno de descubrir su atracción física por Joselo (Federico Morosini), un pibe mayor que ella y empleado de su padre.
Por ese camino, Los tiburones, ópera prima de la joven realizadora uruguaya Lucía Garibaldi —es también la guionista—, explora los meandros psicológicos de la conducta humana, en una edad bien temprana donde se acumulan experiencias, digamos, más o menos traumáticas, alrededor de los rituales de conformación de la identidad femenina, incluidos los sexuales. Narrativa de personaje, que le concede un peso importante también a la descripción naturalista del entorno, la película desarrolla una perspectiva crítica a las intervenciones transgresoras del hombre en el medioambiente, mediadas por intereses materiales y la supervivencia económica de una comunidad de pescadores, afectada por la crisis.
Los tiburones inició su carrera de estreno en las salas comerciales de Argentina, y obtuvo importantes galardones en festivales como el Sundance (mejor director en la categoría de drama), el BAFICI (premio especial del Jurado), y participaciones en San Sebastián, Guadalajara, Toulouse y el año pasado en La Habana.
Es interesante: en el sentido ideológico, su enfoque respecto a las políticas que claman por un desarrollo local sostenible mientras apuestan por un equilibrio armónico entre la naturaleza y el hombre. Desde la perspectiva del drama de Rosina, la cinta se impregna de un hálito ecofeminista que recomiendo atender.
Cinta de iniciación autoral, la planificada concepción de su puesta y su registro orgánico sortean bastante bien la mirada conmiserativa a las problemáticas de la adolescencia femenina y con ello los riesgos de una inmersión melodramática que hubiera sido, por lo demás, ociosa. Sus giros narrativos, bien discretos, se apoyan en la observación a distancia de un personaje que evoluciona con inteligencia, desde la inexperiencia propia de la edad. Rosina aprovecha las lecciones para un aprendizaje útil hacia la madurez en el descubrimiento de sí misma, en las acciones que la hacen una joven útil.
Muy buena: la actuación de Romina Betancur, cuya mirada parece sondear y comprender los peligros de nadar, como un pez pequeño, rodeada de tiburones.
Te digo mi nota: un cuatro de cinco, que ya la Garibaldi podrá revalorizar por el camino. Puede que no concuerdes conmigo si eres un espectador menos exigente y te van muy mal estas películas con sus pretensiones de mirar la vida, tal cual, cámara en mano. Pero para quien empieza en el difícil arte de hacer buen cine, vamos: la joven uruguaya lo ha hecho bastante bien.
(Tomado de Cartelera Cine y Video, no. 178)