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Variaciones martianas del cine cubano (Parte II)
Fundador del ICAIC y uno de los más decididos defensores del cine histórico en vertiente didáctica e instructiva, José Massip dirigió sendas obras con esta temática, el cortometraje documental, dramatizado, Los tiempos del joven Martí (1960) y el largometraje de ficción, con elementos documentales, Páginas del diario de José Martí (1971).
El primero de ellos es una obra definitivamente de autor, en tanto lleva argumento, guion, edición y narración de Massip, quien decidió eludir las excesivas ambiciones que lastraron proyectos anteriores y concentrarse en el periodo juvenil, que culmina con el destierro a España, en 1871. Los tiempos… comenzó a realizarse en 1957 y solo pudo concluirse con la creación del ICAIC en 1959. Presenta actuaciones de Eduardo Egea y Roberto Blanco, música de Harold Gramatges, y utiliza escritos del Apóstol, que se escuchan en off, para informar sobre la guerra iniciada en 1868, de modo que a la existencia más o menos apacible, y doméstica, del joven Martí, se superpone la épica independentista que él mismo elogió tantas veces.
Una década más tarde, Massip regresa sobre esta temática, pero se acerca a los últimos días del prócer según consta en su Diario de campaña. El ICAIC había conseguido una solvencia profesional muy notable, además del espíritu de vanguardia estético que también se demuestra en Páginas del diario de José Martí, realizada en sintonía con los reclamos del Congreso de Educación y Cultura respecto a la profundización del cine en los orígenes de la nación.
Con fotografía de Jorge Haydú y Julio Simoneau, edición de Justo Vega, música de Roberto Varela y las actuaciones de Roberto Díaz, Raúl Pomares, Adolfo Llauradó, Daisy Granados, Luis Alberto García (padre), Gerardo Riverón y Rudy Mora (padre), entre otros, el filme asume literalmente, en off, el texto martiano, y lo ilustra con imágenes que dramatizan y referencian lo descrito, de modo que se entretejen documental y ficción, una de las tradiciones más distinguidas en la urdimbre de los mejores filmes cubanos de esa época (Lucía, La primera carga al machete).
Para corroborar la importancia del filme, Alejo Carpentier escribe en la revista Cine Cubano que es “ese latente, inesperado, contenido cinematográfico de la prosa martiana, en el Diario donde se nos narran las jornadas que de Cabo Haitiano condujeron a Dos Ríos, el que ha percibido José Massip al concebir la obra mayor que hoy se ofrece a nuestra admiración. (…) Debe alabarse el tacto maestro, el afán de veracidad, de autenticidad, con que José Massip ha culminado la proeza de animar las figuras de Máximo Gómez y Martí sin haber restado nada a su sencilla y humana grandeza”.
Es decir, que el ICAIC había generado la primera gran película sobre el Apóstol, cuyas ansias libertarias e ideales humanísticos fueron exaltados por el cine cubano a la luz de la campaña ideológica por los “Cien años de lucha”, propulsada en 1968, que demostraba la continuidad entre los mambises y la Revolución, en tanto procesos complementarios en un siglo de batallas por conseguir la independencia.
Desde esa perspectiva, que reforzaba la continuidad de los dos procesos históricos, aparecieron, poco antes o después que el filme de Massip, otros dos, a cargo por Santiago Villafuerte y Enrique Pineda Barnet. El primero de ellos dirigió Un 28 de enero (1968), que resaltaba la presencia del ideario martiano en las aulas cubanas, en el marco de varios fragmentos del discurso pronunciado por el Comandante Ernesto Guevara el 28 de enero de 1960; mientras que Pineda Barnet prefirió, en el también cortometraje documental Versos sencillos (1972) describir el significado actual de una de las colecciones de poesía más hermosas del habla hispana.
Sin embargo, fueron dos documentales de Santiago Álvarez (El primer delegado y Mi hermano Fidel) los que aportaron la confirmación cinematográfica definitiva de la idea de la continuidad entre la Revolución y el independentismo martiano. En fechas previas al Primer Congreso del Partido, Santiago realiza El primer delegado, que describe la actividad política e ideológica de Martí en la fundación del Partido Revolucionario Cubano (1892) en su gestión internacionalista y unificadora de los combatientes de la guerra de los 10 años, sobre todo los emigrados a Estados Unidos.
La idea de la persistencia libertaria se ratifica en Mi hermano Fidel, que contempla el encuentro, y la entrevista, entre el líder de la Revolución y el campesino Salustiano Leyva, testigo excepcional del desembarco de José Martí por Playitas, en 1895, para dar comienzo a la guerra de independencia. Ambos documentales confían, tal vez demasiado, en el valor de la entrevista y en las virtudes meramente enunciativas de la cámara y el montaje, pero sin dudas hacen parte de una producción cinematográfica que, en los años setenta, confirmaba en cada fotograma su carácter comprometido y militante.
Aunque tal vez se ha estudiado menos de lo debido, Santiago Álvarez siempre fue uno de nuestros cineastas más apasionados por el legado martiano. En Hanoi, Martes 13 (1965) se escucha en off el texto de La Edad de Oro que enaltece las virtudes de los anamitas, mientras se ve, en el presente, cómo viven y luchan por su libertad, bajo las bombas yanquis.
Además, varias ediciones del Noticiero ICAIC Latinoamericano se refieren a las efemérides vinculadas al Héroe Nacional, como la número 138, del 28 de enero de 1963, donde se da cuenta de las visitas al museo Casa Natal de la Calle Paula; en la número 593, del 1.o de febrero de 1973, se registra la firma en París de los acuerdos de paz en Vietnam, junto con el desfile de antorchas por el aniversario 120 del natalicio; y en la número 1118 se glosa la trascendental conferencia que dicta Eusebio Leal sobre Martí y La Habana.
Y si el independentismo y el antiimperialismo, o la trascendental obra literaria, se erigieron en ejes temáticos de los principales documentales martianos del ICAIC, también se conectaba pasado y presente, en cuanto al enaltecimiento de un símbolo antiimperialista, en Crónica de una infamia (1982), documental escrito y dirigido por Miguel Torres, con fotografía de Guillermo Centeno, sonido de Jerónimo Labrada, y la dramatización de los acontecimientos que rodearon la profanación de la estatua del Héroe Nacional por marines norteamericanos de una flota de guerra que visitó La Habana en 1949.
Con una sabia manipulación del material de archivo, y la inteligente dramatización de los hechos (cuando el archivo resultaba insuficiente), el documental consigue del espectador la respuesta emotiva esperada.
Un patriota imaginario, adaptable y dicharachero, Elpidio Valdés, cumple con las ansias de representación histórica, vista con espíritu contemporáneo, en la animación cubana de los años ochenta y noventa. Pero también estuvo presente la huella martiana, ahora colocada al centro de filmes más distendidos y artísticos, menos tensos por el imprescindible compromiso con las agendas políticas y educacionales.
Con dirección, guion, y diseño escenográfico de Tulio Raggi, en 1983 se estrena el hermoso corto animado El alma trémula y sola, que recrea el deslumbramiento del escritor, durante su estancia en Nueva York, con una actuación de la bailarina conocida como La bella Otero. Muchas veces convertido en canción, el poema contiene un retrato, desde una perspectiva muy cinematográfica de escala de planos, montaje y angulaciones, sobre el performance de una famosa bailarina, y el retrato desborda erotismo, belleza y detalles visuales.
Después de la mengua económica de los años noventa, que colocó en cero la producción del cine nacional en varios años, luego de la crisis de valores posterior a la caída del socialismo real en Europa, parecía cumplirse la maldición de Cabrera Infante sobre la imposibilidad de llevar al cine a Martí, más allá de lo didáctico y político.
Entonces, llegó José Martí, el ojo del canario (2010), el tercer intento de Fernando Pérez en el cine histórico (luego de Clandestinos y Hello, Hemingway) y el único de sus filmes que se aproxima a la variante biográfica de un personaje real, aunque se aparte del didactismo reinante en este género.
El guion, escrito por el propio director, intenta revalidar, a la manera de la mayor parte de los filmes históricos, las acciones que marcaron la vida de un hombre destinado a construir, en líneas generales, el imaginario de una nación. Solo que el futuro héroe es visto desde la niñez y la adolescencia, y por ello se muestra a un muchacho parecido a su contemporáneos, pero inmerso en un proceso de constante observación y aprendizaje, de crecimiento moral, intelectual y espiritual.
Sin embargo, el guion insiste en sus miedos y debilidades y se describe un niño inerme, victimizado por el abuso y el despotismo. Más tarde se despliega el conflicto entre los deseos de expansión del joven intelectual y un hogar amoroso, pero oprimente y represivo, con el cual entrará en contradicción el protagonista, quien adquiere su dimensión heroica, trágica, hacia el final del filme, cuando se enfrenta a sus padres, y se queda solo defendiendo la libertad y la dignidad de la nación.
Por el 150 aniversario del natalicio de Martí, Ernesto Padrón realiza la serie de cortometrajes animados Conociendo a Martí, que consta de capítulos como “Memorias del Hanábana”, “Hermanas” y “El Presidio”, que se acercan, al igual que Fernando Pérez, a la infancia y adolescencia. Los cortos mencionados precedieron al celebrado largometraje Meñique (2014), el primero realizado en animación 3D en Cuba, y basado en el cuento Pulgarcito, adaptado y traducido por Martí para La Edad de Oro.
Padrón dirigió, escribió, fotografió e hizo la dirección de arte (junto con Tulio Raggi y Alejandro Rodríguez) y además se ocupó de que el ideario martiano se trasmitiera a los más jóvenes espectadores mediante códigos muy contemporáneos del cine de acción y aventuras, a través de la historia de un joven campesino que describe un complicado itinerario de pequeñas y grandes hazañas, sin perder jamás el talante generoso y solidario.
Poco después, en 2016, la Muestra Joven ICAIC consagró como mejor documental, edición y diseño de banda sonora a Héroe de culto, de Ernesto Sánchez, una crítica sutil, responsable, a la mercantilización y consiguiente vulgaridad del culto al prócer a partir de la producción en serie de bustos y estatuas, y su posterior maltrato o abandono. Combinación de documental de corte aparentemente observacional, con un profundo sentido crítico y simbólico, Héroe de culto corrobora el triste destino de los centenares de bustos de plásticos, y se pregunta, indirectamente, si es ese el modo idóneo para secularizar el legado y el pensamiento de quien escribiera que los héroes son patrimonio de todas las edades, tal y como se ha demostrado en este sucinto recorrido por las principales variaciones martianas del cine cubano de antes y de ahora.
(Tomado de revista La Jiribilla, nro. 871, 19 de mayo de 2020)