NOTICIA
Cuando la defensa traspasa el arresto
La suerte y la fuerza de El juicio de los siete de Chicago descansan sin discusión en un guion que se debate entre lo verídico y esos espacios que por descarte y suposición creativa deben ser llenados a fin de favorecer personajes reales, quienes amenizaron con chistes e ironías el show mediático que en su momento fue el proceso judicial.
Hace unos meses una amiga me pasó una lista con los nombres de unas cuantas películas sobre los años sesenta en Estados Unidos. No eran películas realizadas durante esos años, sino que tomaban como referencia aquellos años para enaltecer o evocar figuras de entonces, cuando no era (es) el propio período de marras más que un pretexto, porque el escenario y contexto bien pueden tenerse como otros personajes más. No hay dudas. De lo más reciente que supe podía gustarle o al menos no podía faltarle está El juicio de los siete de Chicago (Aaron Sorkin, 2020).
Entre el drama judicial y el social se cataloga El juicio de los siete de Chicago que, como es sabido, se inspira en los sucesos reales de ese grupo de personas que fue acusado porque se le catalogó de instigador y figura clave —luego símbolo— contra la seguridad de la nación estadounidense. Durante la Convención Nacional de 1968 del Partido Demócrata, celebrada en la ciudad de Chicago del día 26 al 29 de agosto se efectuaron reuniones con el fin de elegir un candidato para las cercanas elecciones presidenciales de ese mismo año. Sucedió que se protestó contra la Guerra de Vietnam y hubo represiones que desde su carácter ético devinieron en políticos.
Es en este contexto local donde se acusaron a siete jóvenes, que al principio fueron ocho, y se produce el conocido juicio desde el 24 de septiembre de 1969 hasta el 9 de octubre. La ley judicial determinó llamar a la Guardia Nacional para vigilar las afueras del tribunal de justicia, pues en la medida que avanzaba el proceso de acusación aumentaban las manifestaciones. Lo que sabemos sucedió en realidad y bien se expone en el largometraje de Sorkin, es el intento y logro de representar lo acaecido en una época que fue y ha sido inspiración para Estados Unidos y más allá de sus fronteras.
Estamos ante esa clase de dramas en que hay que estar atentos a lo que se dice y a tantas comprobaciones entre presente y pasado a que se nos convida con flashbacks, lo cual amerita a sus realizadores si cuidan muy bien cada detalle —y aquí se tiene mucho tino al respecto— para que el centro de interés no recaiga solo en las acciones ya sucedidas. Existe un balance en la dramaturgia total, de tal modo que las acciones se alternen y favorezcan sobre todo a lo que está aconteciendo en el presente, o sea, el juicio y sus acusados. A propósito, el montaje favorece lo anterior, ya que el espectador está pendiente de lo que resultará. Incluso, de saberlo, espera que la puesta en escena esté a la altura del hecho histórico y sus protagonistas.
La suerte y la fuerza de El juicio de los siete de Chicago descansan sin discusión en un guion que se debate entre lo verídico y esos espacios que por descarte y suposición creativa deben ser llenados a fin de favorecer personajes reales, quienes amenizaron con chistes e ironías el proceso. Primero el guion y luego sus interpretaciones, las de Eddie Redmayne, Frank Langelia, Jeremy Strong, Sacha Baron Cohen, Joseph Gordon-Levitt, Alex Sharp, John Carrol Lynch, J.C. MacKenzie, Ben Shenkman, Mark Rylance…
Es verdad que El juicio… en algunos momentos puede enmarañar la comprensión de los hechos. Mas, que ello ocurra, es otro punto a su favor, pues el director y guionista trabajan a propósito la idea de los múltiples puntos de vista o de las perspectivas divergentes. Pero en general, funciona para un conflicto que se desvanecerá en el momento oportuno, cuando se conozcan las sentencias y uno espere, por supuesto, más información en pantalla e incluso las sucesivas imágenes de lo que sucedió después con los acusados verdaderos.