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El primero sobre ruedas
Las películas sobre o de deportes suelen tener la misma estructura asociada al ciclo heroico: nacimiento, desarrollo, plenitud y decadencia. Sucede que el atleta durante el relato cinematográfico se aprecia en una etapa elíptica y fragmentada de su existencia, pues de la formación se pasa al desarrollo y de ahí, a la madurez. Muy pocas historias comienzan con el protagonista crepuscular que recuerda cómo ha sido su trayecto. Cuando ello ocurre es porque casi todo el tiempo en pantalla será para enaltecer las ventajas de la juventud en correspondencia con un pasado digno de rememorarse.
La insistencia de protagonistas jóvenes en el cine es lo que ha privilegiado la “conciencia del ego individual” de la que habla el G. Jung de El hombre y sus símbolos en relación con el héroe literario, a quien uno puede relacionar asimismo con el de una película. Incluso la relación no pierde credibilidad si el héroe deportivo está en una etapa de crisis por desconcierto, como el ciclista gregario Dom Chabol (Louis Talpe) de The racer (Kieron J. Walsh, 2020), filme exhibido recientemente en la televisión cubana.
Al comenzar The racer se lee: “En 1998 las tres primeras etapas del Tour de Francia fueron en Irlanda. Esta carrera sería el punto más bajo en la historia del Tour debido a los escándalos por doping. La siguiente es una ficción histórica durante la etapa irlandesa del Tour antes de su regreso a Francia”. Aquí queda revelada parte del conflicto de una trama que intenta, y lo logra en muchos momentos, emular más a los ciclistas en acción durante un evento de relevancia.
A veces alguien puede asustarse cuando tiene que entrar a un contexto del que conoce poco o incluso no le agrada. Por ejemplo, no puedo aún con las películas de asuntos hípicos o de perros parlantes. Sin embargo, las buenas películas de deportes no se centran totalmente en lo que mejor hacen sus protagonistas. A grandes rasgos, apreciamos la otra vida del héroe, influyente en la vocación y viceversa, cual prestezas complementarias. Los filmes sobre baseball y boxeo son los que más aprovechan psicología y profesión del protagonista. Por fortuna, algunas de artes marciales, en especial las de Ip Man con Donnie Yen, han empezado a equilibrar las interioridades del hombre con la estetización de sus experiencias.
Dom Chabol no es un iniciado en la práctica deportiva del ciclismo. No obstante, por elecciones del pretérito que afectaron su presente ha tenido que optar por la contención. Sabe de su aptitud y no se conforma. Está al corriente que aún con 39 años puede hacerlo mejor que el favorito de su equipo. Chabol es un héroe maduro cuyo tiempo de victorias y glamour —el ciclismo, acaso como otros deportes, es una pasarela de camino acelerado— necesita reconquistarse.
No se extrañe entonces que más allá de ser una película en la que se debate el fenómeno del dopaje y la ética del deportista, se confronta también la cuestión de la destreza del competidor y del ser humano en general circunscritos a una edad determinada. ¿A quién le toca, con toda la justicia del mundo, retirar a una persona en plenas condiciones de capacidad de competición? Aquí advertimos de otros intereses mezquinos que, como el mundo del ballet, se mueven tras bambalinas.
Coproducida entre Irlanda-Luxemburgo-Bélgica y con las actuaciones de Matteo Simoni, Tara Lee, Ian Glen, Karel Roden…, The racer sobresale por la fotografía de interiores y los paisajes que atestiguan carreras muy bien registradas. Habrá que reconocer que hay más atención al montaje y la ambientación que a todo lo demás, pues le han dejado al belga Louis Talpe el peso de todo un largometraje tenso, a ratos para entendidos en el ciclismo, pero muy interesante. Dom Chabol representa al héroe que se libera sobre ruedas.