NOTICIA
La importancia de llamarse Ana
Una saludable iniciativa ha sido dedicar dentro de la programación de verano televisiva un espacio al cine cubano. Es cierto que existe De cierta manera, el programa que lleva uno de nuestros grandes conocedores en ese terreno, el colega Luciano Castillo, pero el hecho de estar situado en un horario poco favorecido ―choca con la telenovela por Cubavisión― y en un canal (Educativo) que no goza de la gran audiencia que el antes mencionado impide que muchos de los filmes allí exhibidos sean apreciados por la mayoría.
Ahora en Cubavisión HD, los miércoles y en un buen horario nocturno (tras la novela cubana), el cine cubano logra el alcance merecido y con él, sus notables propuestas.
La película de Ana fue la más reciente. La despedida fílmica de Daniel Díaz Torres (Lisanka), triunfadora en nuestro festival habanero y elegida por la crítica cubana como la mejor cinta del patio en ese año (2012), es realmente un ars poetica en la que constantemente se discursa sobre el cine en tanto arte y todo lo que ello implica en sus funciones social, comunicativa, estética…
Es en ese, su sentido metacinematográfico y autorreferencial, donde radica, a mi juicio, el mayor aporte del filme, por lo cual trasciende el mero ejercicio de “cine dentro del cine” para discursar en torno a los comprometimientos de este con el contexto e, incluso, introducirse en aspectos más sutiles, como los siempre polémicos nexos entre realidad y ficción, las barreras que, sobre todo el documental, debe o no respetar, especialmente en momentos cuando aquellas se difuminan cada vez más.
La protagonista y su marido son gente del audiovisual que no ha tenido mucha suerte: ella actriz, él realizador, ven la posibilidad de salir del hoyo cuando unos productores alemanes llegan a Cuba para hacer un filme sobre la prostitución. Es ahí donde comienza y se desarrolla un juego sobre verdades y mentiras, secretos e imposturas que trasciende lo puramente fílmico para introducirse en cuestionamientos éticos bien delicados que debemos agradecer al tándem de guionistas, el propio realizador y Eduardo del Llano (Vinci), justamente laureados con un premio Coral en esa categoría.
Sin embargo, justamente por la complejidad del relato, sus enveses y recovecos, es por lo que se resiente a veces la narración, que tropieza así con escollos y reiteraciones por un lado, por otro, con saltos respecto a motivos y cadenas de acción, a pesar de lo cual, se sigue la evolución dramática con suficiente interés hasta el desenlace.
Más cuestionable me parece aun que dentro de un guion con espesura y densidad incuestionables se siga uno topando (sobre todo en la primera parte) con gags y chistecitos de dudoso gusto, de un costumbrismo devenido lugar común del que ojalá pueda desprenderse el cine cubano de una vez y por todas. Ello, aclaro, nada tiene que ver con la justa aprehensión que hace el filme de una realidad mucho más compleja a la que, afortunadamente, apunta la escritura y donde hallan un sitio privilegiado las desvalorizaciones, las nuevas escalas y los ricos matices del magma socioeconómico contemporáneo.
Un supraenunciado preside la obra toda: el considerar la prostitución como un mal que trasciende con mucho la esfera sexual, algo que a lo largo del discurso se aprecia y agradece.
Respecto a la puesta en pantalla, mereciera un tratamiento aparte y más exhaustivo la dirección de fotografía a cargo del también desaparecido maestro Raúl Pérez Ureta, aquí enfrentado a varios soportes técnicos con los que el filme (y los filmes “internos”) trabaja. Mas, el resultado final es no solo orgánico, sino creativo en cuanto a resoluciones de gamas y cromas.
Otro rubro muy bien conseguido es la música de Lucía Huergo, quien con delicadas cuerdas y algunos sonajeros diseña atmósferas que sugieren o susurran por encima de las situaciones evitando subrayados o acentuaciones superfluas.
Y, por supuesto, están las actuaciones. Mucho se ha hablado del trabajo de Laura de la Uz que le confirió otro Coral en el referido certamen de diciembre, elogios a los que me sumo; la labor concentrada, inteligente y sutil de la intérprete duplica sus méritos por cuanto tiene que mantenerse transitando una arriesgada cuerda floja que la obliga a abrir el espectro caracterológico, pues ya se ha dicho cómo la película toda trabaja con capas que se superponen y complementan: Ana es varios personajes a la vez, algo que entiende, borda y proyecta Laura.
Pero sería injusto no referirse a otros desempeños no menos brillantes, como los de Yuliet Cruz (quien está llevando a cabo una meteórica carrera también en cine) y Tomás Cao (cada vez más certero y convincente).
Detalles a un lado, La película de Ana es otro indudable punto para el cine nuestro, y fue excelente que la TV cubana pudiera darla a conocer en este oportuno espacio veraniego.