NOTICIA
Entra en la tercera edad la revista Cine Cubano
Algo de espíritu adánico y voluntarioso, por emplear una frase de Ambrosio Fornet, impera en la creación del Icaic y sus adláteres, es decir, el Noticiero, el movimiento de diseñadores en torno al cartel, el Grupo de Experimentación Sonora, y la revista Cine Cubano, que por estos días celebra sus 60 años. En la misma medida en que debía transformarse, en 1960, la esencia y apariencia de las películas a producir, se creó un sistema de promoción que intentaba encontrar un nuevo interlocutor, y la revista resultó ser un eslabón fundamental en esa búsqueda.
Mis primeros encuentros con la revista ocurrieron en los puestos callejeros de libros viejos que abundaron en los años ochenta. Allí, en cualquier acera del Vedado o Centro Habana, se vendían a precios módicos montones de números, sobre todo de los años sesenta, aquellos que llamaban la atención por la práctica casi ancestral de ilustrar la portada con la foto dominante de un actor o actriz de fama. En la revista encontré las primeras críticas de cine realmente profundas, que trascendían las conclusiones obligatoriamente presurosas y sumarias recurrentes en la prensa plana.
Recuerdo el número inaugural con textos muy notables sobre la Nueva ola francesa, la relación entre el cine y la literatura, y un fragmento del guion de Hiroshima mi amor, de Alain Resnais, que le cambió la vida a tantos realizadores del ICAIC, y devino una de las películas que fomentó la necesidad de un nuevo tipo de cine, más complejo y subjetivo. En el segundo número, se abordaría sin complejos la nueva ola de cine anticonformista norteamericano, y se confirmaban como críticos Eduardo Manet, René Jordán, José Massip, Fernando Villaverde y Manuel Octavio Gómez.
Todavía recuerdo con claridad el respeto que me inspiraban, al adolescente que yo era en los años setenta, algunos pocos números que conseguí de la revista Cine Cubano. Me impresionaron aquellas portadas resueltas mediante carteles de inspiración geométrica, op art o art decó, y aquellos textos de sólido pensamiento latinoamericanista, descolonizador y antihegemónico. La atmósfera epocal tendía a la agresividad contracultural, y Cine Cubano, en sintonía con otras como Cahiers du Cinéma, se colmaba de manifiestos y declaraciones cuestionadoras del cine dominante de Hollywood.
Para un cinéfilo convencional, todos aquellos textos setenteros pudieran resultar quizás áridos, demasiado obvios y tenaces, pero yo quería aprender lo más que pudiera sobre el cine y su crítica. Pude comprender a cabalidad el ensayo “Por un cine imperfecto”, de Julio García Espinosa, publicado en 1971 (número 66-67). Luego supe que la escasez de números de los años setenta, en los puntos de libros viejos, se debió también a que si bien se logró cierta sistematicidad entre 1960 y 1974, la revista dejó de salir entre 1975 y 1976, al año siguiente se publican solo dos números, y uno solo en 1978 y 1979.
Debemos reconocer que, en los años setenta, la revista perdió una porción del público cautivo que había logrado con la pluralidad temática imperante en los años sesenta, y se alejó de los gustos del espectador común. No obstante, junto con las reseñas sobre los nuevos filmes de Luis Buñuel, de la boliviana El coraje del pueblo, y la soviética La doma del fuego, aparecían desplegadas las críticas a las cubanas Los días del agua (escrita por Fernando Pérez), Páginas del diario de José Martí (Alejo Carpentier), Girón (Marisol Trujillo), y De cierta manera (Gerardo Chijona). Pero igual debe recordarse que el cine cubano de esa década tampoco resultaba demasiado popular para el público masivo, hasta que llegaron los exitazos de Elpidio Valdés y El brigadista al final de la década, pero como estos títulos coincidieron con el impasse editorial de la revista pues aparecieron escasamente en sus páginas, hasta 1980 cuando la publicación reapareció con cierta fuerza.
Luego de ponerse al día con Retrato de Teresa, la revista devino eco del recién surgido Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, y sus páginas se inundaron de críticas a clásicos actuales y pretéritos como la brasileña Barravento, la argentina La hora de los hornos, o la chilena El chacal de Nahueltoro. Muy pronto la revista sería conminada por la institución a defender, a capa y espada, la superproducción cubana Cecilia (número 102), a contrapelo de otras opiniones vertidas en la prensa plana. Solo en la revista Cine Cubano se pudieron conocer las intenciones del realizador Humberto Solás y las opiniones balanceadas, distantes de las diatribas dominantes, a cargo de Manuel Pereira y Manuel López Oliva, entre otros.
Cecilia cerró un ciclo de cine histórico en el ICAIC, que luego se interesó en aproximarse a la contemporaneidad, y similares brisas refrescaron la revista. En esa época, los redactores se las ingeniaron para promover el cine nacional sin dejar de criticarlo constructivamente, como se percibe, por ejemplo, en los enjuiciamientos de Hasta cierto punto y Patakín, a cargo de Enrique Colina; Se permuta (José Antonio González) o Como la vida misma (Frank Padrón). Además, también en los años ochenta Orlando Rojas publica dos textos imprescindibles para comprender los debates que regían el cine cubano de ese entonces: “Reflexiones en torno a la crítica cinematográfica en Cuba” y la entrevista con Antonio Mazón “Por un arte incómodo”, en la cual se enjuician los principales problemas de la cinematografía nacional en aquel periodo de eclosión.
La crisis de producción de los años noventa también repercutió en la revista, que publica en toda la década solo 18 números, entre el 129 y el 146. No obstante, cuando se lograba armar e imprimir un número, había que defender la función de la crítica social a través de las opiniones suscitadas por Alicia en el pueblo de Maravillas, Madagascar, Fresa y chocolate, La vida es silbar… películas todas apostadas en la mirada crítica a una realidad muy compleja, un punto de vista que la revista supo defender, cuando pudo hacerlo debido a la intermitencia de su publicación, como parte inalienable del arte cinematográfico.
A todas estas, yo había decidido a toda costa hacerme periodista, y crítico de cine, y comencé a colaborar con varias publicaciones en 1994. Algunos trabajos muy críticos, publicados en Juventud Rebelde, sobre el Icaic y sus películas, mantuvieron cerradas para mí las páginas de la publicación. Finalmente, en 1998, me levantaron la censura gracias a que llegué acompañado por Rufo Caballero, como coautor del ensayo “No hay cine adulto sin herejía sistemática”, que se atrevía a evaluar, estética y temáticamente, el cine nacional de los últimos 45 años. Ni siquiera intento ocultar el placer que me provocó ver un texto mío en las páginas de una revista que aprendí a respetar a lo largo de tres décadas.
En los años noventa, y en las siguientes dos décadas, aparecen numerosos textos dedicados a evaluar la cinematografía nacional a la luz de la celebración de los cien primeros años del cine, en Cuba y en el mundo. De modo que la revista puede ufanarse, a lo largo de sus últimos 15 o 20 años de existencia, de haber conseguido mayor profundidad conceptual, diversidad temática, mejor diseño, óptimo balance entre lo nacional y lo extranjero y también en cuanto a géneros periodísticos. Tal vez solo le falte una comprensión cabal de lo que significa la emergencia del cine joven e independiente en Cuba, aunque nunca es tarde si la dicha llega, y hay intentos loables de buscar y garantizar esta presencia.
No tengo la objetividad suficiente para decidir si mi evaluación se relaciona con el hecho de que me convertí, durante los últimos 15 o 20 años, en asiduo colaborador, e incluso llegué a dirigir la publicación por un breve periodo. Pero estoy convencido de que, independientemente de mis lealtades en tanto crítico y escribiente de la misma publicación, entre altas y bajas, en sintonía con la situación del país y de su cinematografía, la más antigua publicación de su tipo en América Latina ha constituido la referencia obligada, para todos aquellos que se interesen por conocer las dinámicas internas del cine cubano de antes y de ahora. Nadie podrá discutirlo, porque es evidente, y así quedó en blanco y negro, y hasta en colores, para quien quiera verlo.
(Tomado de La Jiribilla, no. 873)