NOTICIA
“Entre amores” y la aventura de los “soñadores”
Si no me equivoco, el crítico cinematográfico Walfredo Piñera Corrales (1930-2013) fue el primero que llamó “soñadores” a aquellas personas que, a inicios del siglo pasado, pusieron todos sus esfuerzos ―personales y económicos― en organizar y levantar una industria del cine nacional, hecha por y para los cubanos.
Entre dos amores, largometraje dirigido por el bejucaleño Evaristo Herrera (1880-1940) estrenado el 19 de marzo de 1926 en el desaparecido cine Olimpic, ubicado en Línea y B, Vedado, es un magnífico ejemplo de lo anterior. Pero primero, detengámonos un poco en el entorno de esta etapa.
El periodo del cine silente cubano se extendió hasta 1932, cuando se produjo el primer corto sonoro: Maracas y bongó, dirigido por Max Tosquella (1890-1975). Si tomamos como inicio de esta etapa a 1906, fecha en que aparecen registrados los primeros cortos documentales, en especial, El parque de Palatino, de Enrique Díaz Quesada (1883-1923), se podrá comprobar que existió un cine silente cubano no despreciable en número de producciones, tanto documentales como ficción, aunque poco se pueda valorar la calidad de lo hecho, pues la mayoría de las cintas desaparecieron1. Para que se tenga una idea de lo afirmado anteriormente, en este ciclo temporal se realizaron aproximadamente 51 documentales y 59 ficciones, lo cual arroja un promedio de casi dos filmes anuales de cada género.
Sin embargo, no se puede hablar de una industria del cine, sino solo de intentos aislados por consolidar productoras que, a la corta más que a la larga, desaparecían. Debo señalar que esta peculiaridad no era exclusiva de nuestro país, pues se repetía en muchos de los países de Latinoamérica y el resto del mundo.
Como escribiera Raúl Rodríguez en su libro El cine silente en Cuba (1992) ―primero en valorar positivamente aquella producción―, a esas películas les faltó el financiamiento de la burguesía criolla, la cual invirtió más en la distribución y la exhibición que en la producción. Además, por supuesto, de la ausencia de protección estatal sobre las creaciones autóctonas frente a la avalancha foránea.
La aventura “soñadora” de Entre dos amores tuvo que ver con el deseo de su director de hacer una película. Cuando se busca con calma en los textos que se han encargado de recoger la producción silente nacional, el nombre de Evaristo Herrera aparece relacionado con otras producciones anteriores. En 1924 está como productor y se tiene la duda si fue el director de la comedia Al aire libre2; pero su objetivo era realizar una película suya, lo cual consiguió durante 1925, cuando termina Entre dos amores, aunque su estreno se demoró hasta 1926.
¿Quién era este señor? Evaristo José Froilán Herrera López había nacido en Bejucal, donde se dedicaba a la fotografía, aunque también era un apasionado del teatro, para el que había actuado y escrito algunas obras. Debe recordarse que, en aquella época, su pueblo natal pertenecía a la provincia La Habana.
Aunque en una entrevista realizada, posiblemente, en fecha reciente al estreno de su película3, el periodista presenta a Evaristo Herrera como un hombre idealista, su vínculo con el séptimo arte pudo haber estado asociado a otro bejucaleño: Ricardo Delgado Hernández (1903-1950), considerado por Arturo Agramonte y Luciano Castillo como “… el más prominente director de fotografía en el segundo cuarto del siglo xx con una filmografía próxima al medio centenar de largometrajes y numerosos noticieros”4.
Ricardo Delgado será el director de fotografía de Entre dos amores. Con anterioridad había participado como productor y director de dos largos de ficción, terminados en 1922: Desdichas y recompensas y ¿Por qué se casan las mujeres?
Evaristo Herrera pudo rodar su película gracias a una herencia de unos cuantos miles de pesos. Pero eso no le facilitó el camino, todo lo contrario, entre otros motivos, por no contar con una productora. En la entrevista antes mencionada, confesaba:
Yo tenía poco dinero y las exigencias del trabajo eran muchas. Cualquier película sencilla, de las que se exhiben a diario, requiere el concurso de gran cantidad de personas y el empleo de costosísimos materiales. Yo tenía que reducir los materiales y el personal hasta lo irrisorio para que fuese posible la ejecución de mi obra. A pesar de mis economías, en los 10 000 pies de cinta que formaban la película, yo invertí $3500, que era gran parte de mi capital.5
A partir de aquí comenzó el calvario del filme, pues muchas de las soluciones para locaciones fueron mediante favores, como la secuencia inconclusa en el jardín de una casa lujosa:
Yo escogí una gran casa que se hallaba en el barrio de La Víbora, en La Habana, y fui en busca de su dueño para que me permitiera tomar las escenas que necesitaba. El mayordomo me dijo que los propietarios se hallaban en el extranjero en viaje de placer; pero él accedía a mi solicitud. Entonces empezamos a trabajar.
Ya habíamos impresionado muchos pies de película, con un costo de $400 pesos, cuando los señores regresaron del extranjero, desautorizaron al mayordomo y nos obligaron a suspender nuestro trabajo…6
Algo similar les ocurrió en la calle Galiano y más tarde, en San Rafael, debido a que el tráfico se interrumpió por la cantidad de público que se puso a mirar lo que ocurría en la filmación, y la policía expulsó de allí a todo el equipo de realización, lo cual ―confiesa Evaristo Herrera― le hizo desistir de las escenas callejeras.
No obstante, a pesar de tantos descalabros, el director, productor y guionista concluyó la entrevista declarando que la cinta quedó a su gusto y que, en el estreno, el público la recibió con aplausos.
De Entre dos amores no se conserva copia, ni siquiera se sabe cuál era el argumento. Su único testimonio gráfico es una foto. A su favor se puede decir que el periodista, autor de la entrevista citada, la consideró la primera obra cubana desarrollada en ambiente de salón, y que su duración, a pesar de los pesares, alcanzó los 112 minutos.
Después de Entre dos amores el nombre de Evaristo Herrera se pierde en la historia del cine cubano. Arturo Agramonte y Luciano Castillo lo colocan, por última vez en ese universo, en agosto de 1925, fecha en la que el bejucaleño le solicita un préstamo a la directiva de la Liberty Film Company para montar un laboratorio cinematográfico.
En el mismo libro de los dos investigadores: Cronología del cine cubano I, se puede leer el testimonio de su sobrina, Margot Brito, quien reconoce que la película dejó en la ruina a su tío, quien murió en la miseria, en su natal Bejucal, ganando un salario mínimo como empleado del Ayuntamiento.
Notas y referencias bibliográficas:
1 De este período se conservan unos diez documentales, un fragmento del largo de ficción El veneno de un beso (1929) y La Virgen de la Caridad (1930) completa, ambos dirigidas por Ramón Peón.
2 Tanto en el libro de María Eulalia Douglas Catálogo del cine cubano. 1897- 1960, publicado por Ediciones ICAIC en el 2008, p. 48, como en Bitácora del cine cubano. Tomo I. La República (1897-1960), Ediciones La Palma, España, 2018, p. 109, aparece una nota donde se puede leer: “Existen fuentes en que aparece como director Ramón Peón y en otras Evaristo Herrera”.
3 Castillo, G. (19??). “Hablando con el autor de una de las primeras películas cubanas”. Nuestro Siglo. Lectura. Casa editora La Propagandista: La Habana, pp. 238-242; citado en Rodríguez, R. (1992). El cine silente en Cuba. Editorial Letras cubanas: La Habana, pp. 194-97.
4 Agramonte, A. y Castillo, L. (2011). Cronología del cine cubano I (1897- 1936). Ediciones ICAIC: La Habana, p. 245.
5 Castillo, G.: Ob. cit, pp. 195-96.
6 Ibídem, p. 196.
(Cubierta del libro Bitácora del cine cubano, donde se compendia la filmografía nacional desde 1897 hasta 1960)