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“La producción me convirtió en un artista”
Poder conversar con Paco Prats, productor de animados que recientemente obtuvo el Premio Nacional de Cine 2020, ha sido una de las experiencias más gratificantes que me ha tocado vivir.
Crecí viendo muchos de los muñes que produjo y aún recuerdo cómo, cada tarde al regresar de la escuela, esperaba con impaciencia ante el televisor un nuevo capítulo de Elpidio Valdés; o el inmenso placer que pude sentir, en reiteradas ocasiones, al disfrutar junto a mi padre de Vampiros en La Habana.
En la actualidad ya Paco recuerda pocas fechas, pero aún retiene en su memoria muchas vivencias sobre tiempos pasados. Entre sus rasgos más significativos se encuentran su sencillez y su picaresca cubanía.
Aunque durante toda su carrera ha obtenido premios y muchos reconocimientos de alta relevancia, este productor confiesa humildemente que haber obtenido el Premio Nacional de Cine lo hace un hombre muy privilegiado.
Han pasado muchos años desde el 20 de marzo de 1963 (fecha en que comenzó a trabajar oficialmente en el ICAIC). Desde ese entonces hasta la actualidad, ¿cómo valora su trabajo dentro del Instituto?
He trabajado muchísimo, llegué a producir 22 proyectos al mismo tiempo sin que estuvieran en la misma etapa. Recuerdo que lo mismo estaba en el estudio de grabación de música que buscando pintura, en mal estado, para poder realizar los animados. Hicimos muñequitos con pocos recursos desde los comienzos de la Revolución, debido al recrudecimiento del bloqueo.
Sin embargo, me he sentido feliz haciéndolos y estoy orgulloso de que mi nombre aparezca asociado a aproximadamente 700 películas, muchas de ellas conocidas.
En el presente me siento muy contento. No puedo dejar de confesar que prefería esa manera antigua de crear animación con pinceles y embarrándonos las manos. Aunque artísticamente me sentía más realizado, tampoco puedo resistirme al cambio que trae la tecnología.
Mi casa siempre será los Estudios de Animación y me siento muy realizado profesionalmente. He logrado hacer todo lo que me propuse.
Aunque comienza en el ICAIC ocupando otra plaza, en 1964 es nombrado productor del Departamento de Dibujos Animados. Desde ese momento, ¿consolidarse dentro de esa profesión fue su principal interés?
Creo que sí, pero no lo sabía. Vine muy joven al ICAIC, desde la Academia de San Alejandro, junto con otros compañeros de estudio. Recuerdo que en los inicios la animación era muy rudimentaria, y figuras como Luis Rogelio Nogueras, Jesús de Armas y Tulio Raggi nos trataban de enseñar a través de conferencias y conversatorios lo que ellos mismos estaban aprendiendo.
Aunque todos los muchachos que vinieron conmigo se fueron, yo decidí quedarme y ocupar una plaza de revisor de Calidad y Procesos, a pesar de que el propio Jesús [de Armas] cuando la ofertó nos dijo que quien la ocupara nunca podría aspirar a desarrollar una carrera artística.
Sin embargo, hoy puedo afirmar que aquella persona que comience como revisor aprende a hacer cine de dibujos animados, pues tiene que tocar todos los procesos. Esos fueron mis comienzos, al igual que los de otros colegas, como es el caso de Aramís Acosta.
Luego cuando me convertí en productor y pude ver que había nacido para eso, inmediatamente me enamoré de la producción. Y aunque incursioné en otros campos como el de la dirección, me di cuenta de que esa no era mi vocación. Había nacido para producir y eso me convirtió en un artista.
Trabajó en muchísimos animados, pero siempre recuerda con especial cariño a Elpidio Valdés, un personaje tan representativo de nuestra identidad cubana…
Eso es muy cierto. Siempre he dicho que es mi preferido. Durante todos mis años como productor trabajé al lado de grandes creadores de animados cubanos. Sin embargo, la llegada de Juan Padrón al Departamento marcó un antes y un después.
En realidad en ese tiempo yo era el único productor que había, así que no le quedó más remedio que aceptarme. Pero creo que hicimos una buena liga, para mí es un maestro, porque tanto yo como todos en el estudio aprendimos de él.
Siento una satisfacción enorme al haber contribuido a la realización de Elpidio Valdés, proceso en el que compartí crédito con Aramís Acosta durante una etapa.
En el primer largometraje que se realizó de ese animado, yo no estaba presente en los Estudios. Sin embargo, cuando se fue a realizar el segundo me llamaron, pues existían problemas de producción. Después de eso nunca más me alejé del Coronel.
¿Cómo valora el estado actual de la animación cubana?
Para mí es difícil, porque la llegada de la tecnología cambió muchas cosas. Actualmente la mayoría de los procesos se realizan a través de computadoras. Existen muchos jóvenes que están aprendiendo y pasando por la etapa que yo dejé atrás hace muchos años. Los diseños son diferentes, pero percibo que el dibujo animado se desarrolla cada día más.
A pesar de que aún no he visto todavía una película con la tecnología actual que me llegue, pienso que sobre la marcha, de entre la juventud, con todas las herramientas tecnológicas que tiene en sus manos, saldrá algún Juan Padrón o Tulio Raggi. Confío en que será así.
Se encuentra inmerso en la escritura de un libro de memorias sobre el Departamento…
En realidad no sé si llamarlo libro. Ahí estarán todas las fichas técnicas de las películas animadas desde el año 1960 hasta hace dos años atrás, acompañadas de comentarios o de una experiencia vivida; recuerdos como el de la entrada de Harry Reade, el primero de nosotros que ganó un premio internacional; y muchas historias que si no las dejo escritas quedarán en el olvido.
Sé que me quedará mucho por decir, pero gran parte de lo que ha sucedido en el Instituto desde sus inicios podrá ser revivido.
Premio Nacional de Cine, ¿se siente orgulloso?
Orgulloso y privilegiado, pues no pensé que tenía méritos para obtenerlo. Se lo dedico a Juan Padrón y a Tulio Raggi.
Considero que muchos artistas han fallecido y a pesar de reunir todas las condiciones no han sido laureados.
No lo esperaba, pero pienso disfrutarlo, con la misma sencillez que siempre me ha caracterizado. Sin embargo, puedo decirte que mi mayor premio será eternamente el reconocimiento del público.
Recuerdo que una vez, en una guagua, una señora que me conocía me identificó en voz alta por mi nombre y comenzó a hablar sobre Elpidio Valdés. Le seguí la corriente y terminamos debatiendo sobre el tema. Nuestra conversación se hizo tan pública que unos estudiantes comenzaron a tararear la canción del animado.
Eso me emocionó muchísimo, pero la mayor satisfacción fue que al bajarme ellos mismos comenzaron a gritar a través de las ventanillas: “Viva Elpidio Valdés, viva”. Eso es un premio que no se puede comparar con nada, nunca olvidaré lo grande que me sentí.