NOTICIA
Para acompañar el cine cubano: su revista
Todavía recuerdo con claridad el respeto que le inspiraban al adolescente que yo era en los años setenta algunos pocos números que conseguí de la revista Cine Cubano. Me impresionaron aquellas portadas resueltas mediante carteles de inspiración geométrica, op art o art déco, y aquellos textos de sólido pensamiento latinoamericanista, descolonizador y antihegemónico.
Los años setenta estuvieron marcados por la celebración de los diez primeros años del ICAIC y la publicación de ensayos trascendentales como “Por un cine imperfecto”, escrito en 1969 por Julio García Espinosa, e “Ideología del melodrama en el viejo cine latinoamericano”, escrito por Enrique Colina y Daniel Díaz Torres. Dialéctica del espectador, de Tomás Gutiérrez Alea, apenas encontró espacio en la revista. Por otra parte, desgraciadamente, se minimiza la crítica a los filmes nacionales y se dedican innumerables páginas a una serie de descripciones monográficas sobre la cinematografía y la cultura en América Latina.
Debemos reconocer que en los años setenta la revista perdió una porción del público cautivo que había logrado con la pluralidad temática imperante en los años sesenta, y se alejó de los gustos del espectador común. Pero igual debe recordarse que el cine cubano de esa década tampoco resultaba demasiado popular hasta que llegaron los exitazos de Elpidio Valdés, Retrato de Teresa y El brigadista. Luego de Cecilia, defendida a capa y espada por la revista, a contrapelo de otras opiniones vertidas en la prensa plana, el ICAIC se interesó en aproximarse a la contemporaneidad, y similares brisas refrescaron la revista.
Recuerdo, en los años ochenta, lo mismo metido en las colas para ver Se permuta, Los pájaros tirándole a la escopeta, Clandestinos o La bella del Alhambra, que en un estanquillo comprando la revista, confortada con diversos géneros periodísticos, como el reportaje y la entrevista (además del ensayo y la crítica), todo ello aplicado a la promoción del cine nacional y del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, que ya marcaba con su impronta todas las instancias del séptimo arte cubano.
En esa época, los redactores se las ingeniaron para promover el cine nacional sin dejar de criticarlo constructivamente, como se percibe, por ejemplo, en los enjuiciamientos de Hasta cierto punto y Patakín. Además, Orlando Rojas publica dos textos imprescindibles para comprender los debates que regían el cine cubano de esos años: “Reflexiones en torno a la crítica cinematográfica en Cuba” y la entrevista con Antonio Mazón “Por un arte incómodo”, en la cual se enjuician los principales problemas de la cinematografía nacional en ese momento.
La crisis de producción de los años noventa también repercutió en la revista, que publica en toda la década solo 18 números, entre el 129 y el 146. No obstante, cuando se lograba armar e imprimir un número, había que defender la función de la crítica social a través de las opiniones suscitadas por Alicia en el pueblo de Maravillas, Madagascar, Fresa y chocolate, La vida es silbar…
A todas estas, yo había decidido a toda costa hacerme periodista, y crítico de cine, y comencé a colaborar con varias publicaciones en 1994. Algunos trabajos muy críticos, publicados en Juventud Rebelde, sobre el ICAIC y sus películas mantuvieron cerradas para mí las páginas de la publicación. Finalmente, en 1998, me levantaron la censura gracias a que llegué acompañado por Rufo Caballero, como coautor del ensayo “No hay cine adulto sin herejía sistemática”, que se atrevía a evaluar, estética y temáticamente, el cine nacional de los últimos 45 años.
En los años noventa, y en las siguientes dos décadas, aparecen en la revista otros textos dedicados a evaluar la cinematografía nacional a la luz de la celebración de los cien primeros años del cine, en Cuba y en el mundo. De modo que esta publicación puede ufanarse, a lo largo de sus últimos 15 o 20 años de existencia, de haber conseguido mayor profundidad conceptual, diversidad temática, mejor diseño, óptimo balance entre lo nacional y lo extranjero y también en cuanto a géneros periodísticos. Tal vez solo le falte una comprensión cabal de lo que significa la emergencia del cine joven e independiente en Cuba.
No tengo la objetividad suficiente para decidir si mi evaluación se relaciona con el hecho de que me convertí, durante esos 15 o 20 años, en asiduo colaborador, incluso, llegué a dirigir la publicación por un breve periodo. Pero estoy convencido de que, entre alta y bajas, en sintonía con la situación de Cuba y su séptimo arte, la más antigua publicación de cine en América Latina ha constituido la referencia obligada para todos los interesados en el cine cubano de antes y de ahora. Nadie podrá discutirlo. Una vez cantado el mérito, que llegue entonces la controversia.