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Sergio: un mundo simple, pero también irónico
Sergio Vieira de Mello, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, fue un ciudadano del mundo. Su exitosa carrera diplomática como pacifista, casi siempre involucrado como intermediario en los conflictos geopolíticos de varios territorios colonizados, todavía a finales del siglo xx, le granjeó notoria popularidad a tal punto de que se especulaba, a inicios de los años 2000, sería el sucesor del entonces Secretario General de la ONU, Kofi Annan.
La labor mediadora que desempeñaría este hombre en Irak, durante la ocupación de las tropas de la OTAN, con Estados Unidos a la cabeza de la coalición, tuvo el visto bueno de la Casa Blanca, pero muy pronto sería un obstáculo a los intereses futuros del Pentágono en ese país.
Aunque no lo dice de manera directa, Sergio, película de este año dirigida por Greg Barker, además de rendir un merecido homenaje a la figura del diplomático de nacionalidad brasileña, nos deja una inquietante insinuación respecto a su muerte prematura cuando el cuartel general de la ONU fue bombardeado por extremistas islámicos el 19 agosto de 2003.
¿Cuánto fue de conveniente el asesinato de Vieira de Mello a los supervisores de la Casa Blanca, cuán poco se hizo, quizás de manera premeditada, para rescatar su cuerpo, todavía con vida? Digamos que Barker se toma una dosis de cautela en tanto decide concentrar esta suerte de biopic en el periodo anterior a la trunca participación de Sergio en Irak, sin dudas, la parte más interesante de su carrera como mediador en el conflicto entre Indonesia y Timor Leste, país que tanto le debe a Sergio su definitiva independencia.
Al filme de Barker pudiéramos reprocharle dos cosas, al menos en lo que respecta ideológicamente a su narrativa: la primera, secunda la visión norteamericana del apocalíptico gobierno de Saddam Hussein, finalmente enmendado por unas tropas de coalición, en nombre de la democracia y el orden. Aunque el personaje de Sergio deja claro que su misión no pretende subordinarse a los designios de los representantes de Washington, no dejo de pensar cuánta ingenuidad asume en su incapacidad de predecir, desde el principio, las vulnerabilidades de una organización como la suya, casi siempre manipulada según los intereses de los poderosos.
La segunda, la particularidad del guion de centrarse en otros momentos de su carrera, que si bien resultan interesantes y añaden otros elementos a la caracterización del personaje ante el espectador, pierde la ocasión de traer a debate estos asuntos en torno a las interrogantes sobre su muerte y las ganancias, desde todo punto de vista político, para los intereses de Estados Unidos, toda vez que la ocupación de Irak fuera extendida en el tiempo, más allá de lo previsto, como en efecto sucedió. Los minutos finales de la película, que esclarecen los sucesos del atentado, dejan abierta la posibilidad de reflexionar en torno a lo que hubiera sido de esa ocupación si Sergio no hubiese fallecido en el atentado. Pero desandar ese camino hubiera sido otra película, no esta.
Elogio la voluntad, también política, de revelar ese costado no visible, casi siempre incógnito, de una figura pública. Barker aprovecha las potencialidades de la inmersión a un mundo privado al que, por lo general, se tiene acceso, como es el caso, cuando se publica un libro póstumo. Sin embargo, hay muy poco de calado psicológico y mucha exteriorización gestual en la firmeza de un personaje al que Wagner Moura, un actor visceral, consigue ponerle un trozo de vida sin tanto esfuerzo. El guion parece entresacar del biopic original de Samantha Power una cadena de frases hechas, algunas bañadas en la cursilería de melodrama y lágrimas de cocodrilo.
Ana de Armas vuelve a compartir escenario con Moura y ambos hacen una dupla genial. Pero la cubana no está a su altura, tiene muchos desentonos —salvo su excelente actuación en Knives Out (Rian Johnson, 2019)— y su organicidad todavía se reciente de la ausencia de un repertorio gestual que la aparten de sí misma. Cuánto pierde en el aire final de la película, pareciera que Ana de Armas se achica cuando asume en tono minimalista una Carolina Larriera afectada por la muerte de su compañero.
Lo peor de la película es la intención de escapar a los riesgos de la monotonía cuando se trata de contar una historia que se auxilia de varios tiempos fictivos. En esto el montaje pretende hacer con holgura lo suyo —lo hace bien, cuidando de no incorporar ruidos diegéticos al intercalar los saltos temporales—, pero la poca fortaleza dramática del guion termina estropeándolo todo. Aquí qué puedo decir, que Barker debió advertirle a Craig Borten que cargaba demasiado la tinta del screenplay en los entresijos de una relación amorosa que tenía mucho de sonrisas y desnudos y poco de altibajos psicológicos, escaso rigor en la interiorización de estas zonas de oasis en el mundo privado de Sergio y Carolina.
Te digo mi nota: un 3, en la escala de 5. Para quienes siguen con interés la carrera de Ana de Armas he aquí un personaje sin mucho brillo, a pesar de que se trata —eso creo sinceramente— de una actriz muy talentosa. Y en el terreno de los biopics políticos como este, un filme más, que tiene la particularidad de arrojarnos luz sobre un personaje que, ante las complejidades del mundo, oponía el pragmatismo y la utilidad de la virtud.