El oficial y el espía

Una hipótesis bien demostrable

Mié, 03/31/2021

Con el “caso Dreyfus” (1894-1906) y la publicación de “Yo acuso” en el periódico La Aurora el 13 de enero de 1898, Émile Zola supo lo que podía caerle encima en cuestiones de leyes. En honor a la verdad, la historia le daría la razón, porque la tenían ya el coronel Marie-Georges Picquart y el capitán Alfred Dreyfus que, aunque no se dice en la película El acusado o El oficial y el espía (Roman Polanski, 2019) ―exhibida recientemente en Espectador crítico―, alcanzaría otros grados militares, aparte del perdón de un buen porciento de los franceses. 

El nacionalismo, promovido por la precipitada razón de Estado, no se esfumaría de un día para otro. Se requería más tiempo y conciencia para que el lector no se dejara guiar por un solo órgano de prensa y aprendiera a contrastar fuentes, amén de aflojar actitudes antisemitas.

Zola no tenía pruebas cuando redactó su famoso documento, pero decidió confiar en la palabra de Picquart, tal cual se aprecia en el relato fílmico de Polanski. Al escritor se le juzgó y condenó por difamación, y si bien su esperanza se había centrado en que los jueces tomaran una decisión independiente del poder militar, tuvo que exiliarse. 

El 29 de septiembre de 1902 Émile Zola falleció. Se le encontró asfixiado en su casa a consecuencia de las emanaciones de una chimenea. Aún no han quedado muy aclarados los hechos de su misteriosa muerte. En vida, pasó de ser un escritor muy querido a uno vilipendiado y la razón fue su participación en el caso del militar judío Dreyfus. Existe un cuadro del artista belga Henry de Groux ―pintor célebre por representar la violencia pública contra una sola persona, como Cristo (Cristo de los ultrajes)― en el que se aprecia a Zola en marcha, pero firme cual pilar, frente a una multitud que parece venirle encima como alud destructor: bocas y ojos de esa muchedumbre se igualan en unidad cortante contra la figura del padre del naturalismo. 

Pero a El oficial y el espía no le hace falta insistir en Zola, pues él solo es otra pieza, clave, pero al fin y al cabo no la única de un entramado sociocultural y político harto complejo.

Aunque todas las obras cinematográficas que abordan el caso Dreyfus necesitan atender la participación de Zola, hay dos caminos principales de asumir los puntos de vista: el del Picquart y el del propio acusado, quien escribiera varias cartas a su familia. Pero Polanski se aventuró a aquilatar el hecho histórico sin pretender la biopic del defensor o de la víctima. En El oficial y el espía el peso fuerte recae en el papel que desempeñaría Picquart para esclarecer la falsedad construida de los chauvinistas versus la ética de un hombre exigente y honesto. Polanski sabe que puede introducirle a la trama elementos de los relatos policíacos como, en efecto, hace. Se cuida ―y esto vale decirlo― de que las dos horas y un poco más de duración no se conviertan en un “dime que te diré” del guion amparado en documentos históricos y carismas de caracteres implicados. Más allá del protagonismo decisivo de Picquart (Jean Dujardin), se advierte el estudio de personajes y lo oportuno del casting

Es de reconocer además el estudio y la recreación de época, esa puesta en pantalla en la que la fotografía privilegia la vida citadina en sus afueras y los interiores domésticos y laborales, que son donde a todas luces o mejor, aprovechando las contraposiciones de luces y sombras, se trama y desenreda el conflicto de y en torno a Dreyfus, interpretado en esta ocasión por Louis Garrel.

Sin ser en esencia El oficial y el espía un filme sobre Dreyfus o Picquart, sino más bien acerca de la repercusión de un acontecimiento histórico del cual se habla aún, logra el reconocido director concederle fuerza y vigencia a su historia. Consigue recrearse en las intimidades y psicologías de sus personajes para asistirles a las atmósferas a ratos de soledad, otras veces de desconfianza por los contubernios. 

Ver de nuevo la película de Roman Polanski en el espacio televisivo Espectador crítico me ha recordado la crudísima historia de El mauritano (Kevin Macdonald, 2020), en la que el compromiso y lo detectivesco se aúnan, cuando no se enfrentan para probar la inocencia de otro condenado por mezquindad política de los suyos y xenofobia generalizada.